En Palabras 1 reflexioné sobre el comienzo bíblico del mundo, cuando Dios lo creó con palabras. La (des)organización a causa de las palabras –empezó en la Torre de Babel–, para el acceso a hermandades, mensajes secretos, riquezas o poderes, por contraseñas. En Palabras 2, me entretuve con el hallazgo de vocablos nuevos y sobre cómo distintos grupos étnicos, nacionalidades o religiones se nombran y definen los unos a los otros usando ponderativos y despectivos.
En Palabras 3, hablé de noxa y sus derivadas literarias.
Ahora confieso mi debilidad por axiomas y citas. Para bien o para mal –en lo personal me inclino por para bien– muchas de ellas no admiten traducción y lo adecuado sería usarlas en el idioma original; tal el caso del sobrenombre con el que se bautizó al actor Steeve McQueen: "The King of Cool". ¿Cómo traducir esa acepción de cool a la que alude este sobrenombre? La única manera que se me ocurre es ver tres películas donde es protagonista: Bullit (1968); The Thomas Crown Affair (El affaire de Thomas Crown, 1968); The Getaway (La fuga, 1972); al verlo actuar, uno sabe lo que es ser El rey del cool. Las definiciones que se le puedan asignar a cool, en el caso aludido, llevan a varias palabras: tranquilo, aplomado, elegante, sexi. Evoqué estas películas y me vino a la mente la remake Thomas Crown Affair con Pierce Brosnan de 1999, es para verla con un canasto lleno de tomates maduros. Vuelvo a los axiomas.
Tratándose de literatura, y mucho más de narrativa argentina contemporánea, más prolífica en pavos reales que en búhos de Minerva –muchos de ellos siguen, sin saberlo, aquella reflexión de Erasmo "bien se alaba quién no tiene otro que lo haga" y, también, cuando hay intercambio de alabanzas, a una locución latina: asinus asinum fricat–, acudo a tres expresiones francesas, usadas como términos literarios, axiomáticos: le bon mot, le mot juste, le mot propre.
Le bon mot: comentario lúcido e ingenioso que a veces puede servir, como ya lo aclaró tan bien Jorge Luis Borges, para el arte de injuriar. Un ejemplo, aquellos versos de Moratín:
Tu crítica majadera
de los dramas que escribí,
Pedancio, poco me altera;
más pesadumbre tuviera
si te gustaran a ti.
Le mot juste: frase atribuida a Gustave Flaubert –caso contrario, bien merecida la tiene–, es la palabra o término adecuado para la ocasión. La definición alude a la técnica del escritor al momento de elegir esa palabra; Horacio Quiroga en el punto VI de su "Decálogo del perfecto cuentista", da un ejemplo contundente: "Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: 'Desde el río soplaba el viento frío', no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes."
Le mot propre: el término preciso y necesario para definir algo. Esto remite a los pésimos doblajes de películas bélicas donde barrel, que siempre alude al cañón de un arma de fuego, de manera sistemática –diría "de manual de subtitulado"– aparece como barril. La otra es round que, de manera sistemática –diría "de manual de doblaje"– aparece como ronda, en lugar de salva, andanada o cartucho.
Hace un par de semanas intenté leer una nota literaria de un afamado escritor argentino contemporáneo –que ha usado y abusado de la reflexión de Erasmo de Rotterdam y de la locución: el asno frota al asno– me tomé el portante en esta frase del primer párrafo "comen el pescado que pescan". Un cero en el uso de le mot juste et le mot propre. Porque, dicho sea de paso, la primera acepción de propre en francés es limpia. Hay muchos textos que precisan ser espulgados, en su segunda acepción de la RAE.
Muchas veces, si le bont mot no acude a tiempo nos podemos encontrar arrinconados en la situación que Diderot definió con les mots propres, cito: avoir le sprit de l'escalier (tener el ingenio de la escalera). Se utiliza cuando se nos ocurre le bon mot en el momento que terminó el debate y estamos bajando por la escalera de la tribuna.