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MiguelOrtemberg 7/23/2018 8:08:29 AM
MiguelOrtemberg
Cima del Monte Meru
Miguel Ortemberg escritor argentino
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Tags literatura literatura latinoamericana Miguel Ortemberg escritores argentinos escritores latinoamericanos relatos poemas narrativa argentina
 
Fragmento del libro La reencarnacio´n de Buda en Jonte y Lope de Vega
 

        En un lugar casi inaccesible del Monte Meru, cadena del Himalaya, un anciano

Maestro y su discípulo Tilopa conversan en un milenario convento que parece obra de dio

-

ses, dado lo escarpado del terreno, el colosal tamaño de sus piedras labradas y el profundo

abismo al que se asoma.

Algunas nubes grises acarician los techos nevados del edificio. Otras pueden ser vistas

desde lo alto, cubriendo con su bruma humildes poblaciones de montaña.

La gran sala donde habitan cuenta con un ascético mobiliario. En uno de los ángulos

se encuentra un pequeño brasero de metal fundido, donde hierve el agua para las infusio

-

nes. Un manojo de hojas de té envueltas en delicado papel blanco impregna el aire con su

perfume. En el vértice opuesto, una jarra de porcelana, dos cuencos con asas pintados con

motivos florales, pequeñas alfombras rectangulares y los respectivos zafus.

El centro de la pared orientada hacia el este contiene una enorme puerta de doble hoja

realizada en madera maciza y tallada con bajorrelieves; sobresalen en ella figuras que ase

-

mejan manadas de elefantes. Las dos paredes perpendiculares son blancas y están desnudas,

sin decoración alguna, ni siquiera una moldura en su encuentro con el techo. En cambio, la

pared enfrentada a la puerta posee un enorme vano abierto a la inmensidad, desde el cual

pueden divisarse los picos nevados del Himalaya.

Sentados en posición de yogui, maestro y discípulo meditan largas horas por día acerca

del Hueco y el Vacío, de un universo eterno y consciente de sí mismo.

Un  ave  de  suave  plumaje  blanco  entra  por  el  vano,  con  un  pan  en  su  pico  alargado. 

Como entendiendo lo que hace, se posa muy cerca de ellos, los mira fijamente con ojos vi

-

vaces y permanece agitando la cabeza. El discípulo estira el brazo para recibir el pan en su

mano. Recién entonces el ave abre el pico, lo entrega con suavidad y luego parte, haciendo

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una escala en el antepecho del vano, donde se detiene por unos instantes, como orientándo

-

se antes de reemprender el vuelo.

Luego de una muda señal, el discípulo se incorpora, retira el recipiente del brasero y

echa las hojas de té.

Entrada la noche el Maestro explica que Capella, la estrella principal de la constelación

de Auriga, irradia su brillo con una intensidad poco común. Aldebarán, el gigantesco ojo de

toro de la constelación de Taurus, ha cambiado su coloración, cosa inusual en una estrella.

Otro tanto sucede con Alpha Ceti y Alpha Phoenicis de la constelación de Fénix. Como si

fuera poco, una intensa lluvia de meteoritos atraviesa el cielo noche tras noche.

Tilopa pregunta sobre el significado de esos signos.

—Está llegando al mundo un iluminado, un nuevo Buda –responde el Maestro.

—Ese es un hecho extraordinario que sucede pocas veces en la historia.

—Así es, Tilopa.

—¿A qué sitio llegará? ¿Acaso será en el Tíbet, en la India, en China?

—Es probable que llegue a un lugar extraño para nosotros: América.

— ¿Son hinduistas, budistas, confucionistas?

—No, Tilopa, en ese continente los pueblos originarios creen que el universo y todo lo

que hay en él es sagrado. A su manera se parecen a nosotros. En cambio, la población de

origen europeo y la educada por ésta piensan que el universo es un conjunto de materiales

sólidos, líquidos o gaseosos, fríos o incandescentes dando vueltas en el espacio, que sirven

para que ellos los transformen en productos útiles para la industria y el comercio.

—¿Son materialistas como Carvaka?

—La gran mayoría cree en las más diversas religiones deístas, pero imaginan el univer

-

so como pura materia. Algunos declaran no creer en nada y así lo expresan: “Yo no creo en

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nada”. Nosotros en cambio creemos en la “nada creativa”, la “vacuidad”, pero poco conocen

allí sobre shunyata.

—¿Qué harán con un Buda caminando por sus tierras?

El Maestro ya no responde. Le pide al joven que encienda doce varillas de inciensos

y veinticuatro velas, treinta y seis pequeñas hogueras en total, y que las disponga en toda

la  sala  de  manera  simétrica,  dibujando  círculos  alrededor  del  sitio  donde  meditan.  Mien

-

tras Tilopa realiza la tarea con actitud solemne, el espacio adquiere una atmósfera irreal.

Pequeños hilos de humo blanco se desprenden de los inciensos, perfumando el ambiente y

haciendo visible el aire que, al flotar sobre las grandes velas encendidas, asciende liviano

hasta perderse en la penumbra.

Cuando termina su tarea el Maestro medita; se sienta cerca de él y así permanecen has

-

ta el amanecer. Cuando la última estrella desaparece del cielo, el Maestro dice:

—El temblor del tiempo y la deformación del espacio, esta manera extraña de colorear

el cielo y de recorrerlo que los astros han elegido, vibra como un gran tambor, late, exclama,

se asemeja al diafragma de una parturienta y nos dice que en este tiempo tristemente ma

-

ravilloso se producirá el nacimiento de un ser perfecto. La bolsa cósmica está rota, el agua

se ha derramado, el ser está llegando.

—¿Lograrán reconocerlo, Maestro?

—Nada existe en el universo sin un grado de conciencia, pero eso está sujeto a la ex

-

periencia.

—¿Podrán percibir su tamaño, maravillarse ante su silencio?

—Tilopa, crecemos en el extrañamiento. Tendrá en su cuerpo mil ocho marcas auspi

-

ciosas, una aureola, un sonido mágico, estará siempre cerca de un árbol emblemático, no

conocerá temor, su cuerpo no producirá sombra, rebosará compasión, producto de su desa

-

pego absoluto, llevará con él la frescura y el aroma de las cimas del Himalaya.

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—Ese Ser no pasará inadvertido. ¿Cuál será su suerte?

 





Miguel Ortemberg Miguel Ortemberg

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