17 de junio 2017, sábado. El 13 de junio se celebró el día del escritor en Argentina. Curiosamente, para celebrarlo fue elegido el día del nacimiento -y no de la muerte como es nuestra costumbre- de Leopoldo Lugones. No parece una idea muy feliz la práctica de festejar alguna efeméride ligada a cualquier famoso -incluida la del mismo famoso- en el día de su muerte. Además parece un hallazgo porque no siempre es bueno como experiencia vital, a la hora de las efemérides, mirar hacia atrás, aunque en este caso, las efemérides vuelvan necesariamente sobre el pasado: Orfeo y la mujer de Lot pueden dar cuenta de ello. Ahora, en lo que hace al escritor elegido, para esta celebración, tengo mis dudas.
Mis dudas no vienen sólo de las ideas políticas del elegido sino porque todos tenemos favoritos y así esta elección se transforma en una suerte de ruleta; sin ningún titubeo pondría todas las fichas en alguno de los míos, y Lugones no figura entre ellos.
El mentor del día de los escritores en Argentina ya tuvo lo suyo hace 91 años en una crítica en verso publicada en la revista Martín Fierro el 8 de julio de 1926; el satírico “Romancillo, cuasi romance del ‘Román-cero a la izquierda’”, un romance by the book que, cada doce versos, terminaba con el estribillo: "-¡Qué malo es el 'Roman-cero' / De Don Leopoldo Lugones!". Parodia satírica que, para más inri del criticado, tuvo su remate en los cuatro versos finales: "Oyeron que en su agonía / Dijo el Caballero a Borges: / ¡Qué malo es el ‘Román-Cero’ / De Don Leopoldo Lugones!".
Por eso, al decurso de esta escritura, se me acaba de ocurrir una solución más Lewis Carolliana, ya que no salomónica: festejar los 364 -365 los años bisiestos- "no días del escritor"; en este nuevo "santoral literario" habría lugar para todos.
El trato que mantengo con Facebook es bastante confuso, mis amistades en esta red social están relacionadas con la literatura: personas, páginas de periódicos y revistas; también: grupos especializados con problemas de la inmigración forzada, libreros y arte. Facebook resulta una herramienta más que me permite estar informado en áreas de interés o de la actividad de escritores y artistas de mi "biblioteca personal", permite estar en contacto con amigos distantes, responden más rápido al Messenger o al WhatsApp que a la correspondencia electrónica, compartir logros, tristezas y festejos; sigo ciertas actividades de la crítica o la escritura que me interesan -esta semana recibí sobre encuentros de un congreso de literatura realizado en Tucumán-. Por otro lado, y no es secreto para nadie, una de las características de esta red social -diría de todas- es el ejercicio y la práctica -para algunos cotidiana y casi onanista- de la egolatría químicamente -mejor, psicológicamente- pura.
Por estas características de las redes sociales, Facebook me resulta una forma divertida de "espiar por la cerradura de la web" en el ego de muchas de mis, ahora entre comillas, "amistades"; y tengo un placer perverso en leer algunos comentarios sobre temas interesantes y trascendentes: como limpiaron la parte de abajo de la parrilla del patio de su casa, lo que están cocinando, proponer encuestas de comidas para las fiestas patrias, tilingas reflexiones sobre lo que están escribiendo, lo que no pueden escribir o, peor aún, lo que simplemente no pueden -todo a la caza de los "Me gusta" no me imagino otra intención-; una suerte de "revista del corazón", pero escrita por los interesados. La luz del entendimiento me hace ser muy comedido a la hora de evaluar, en esta cavilación, panfletarias reflexiones a favor o en contra de algún político y sus declaraciones o medidas tomadas: muchas de estas opiniones tienen la misma capacidad de planeo de un manojo de llaves.
Una de las ventajas de las redes sociales -y con esta reflexión no estoy inventando la pólvora- es que, con los vuelos de sus "reflexiones", cualquiera puede violar la ley de gravedad del sentido común y del verdadero conocimiento del suceso comentado, sin correr el riesgo de estrellarse contra el piso de la realidad. Parece que existe la posibilidad de borrar lo posteado, también que alguien con mala leche con una captura de pantalla repostee el mensaje borrado; el viejo Vizcacha tiene un consejo muy bueno para estas situaciones y que sería cuasi un manifiesto anti redes sociales. También ya sabemos que Perón, tan hábil en el manejo de la paremiología, le escapó al vizcachazo cuando sentenció: del ridículo no se vuelve; porque para algunos el ridículo es su nicho ecológico y un modo de vivir; a Bailando por un sueño me remito.
Para el día del escritor este año la red de mis amistades por Facebook resultó una sorpresa por dos aspectos: el primero, toda la discusión que se dio en torno al día elegido, generó posts y respuestas interesantes.
Dentro de estos posts, uno que me pareció brillante -y reenvié a todas mis amistades- fue el de Mauricio Kartun, no sólo por la reflexión sino por el homenaje final: "Hoy se conmemora en Argentina el Día del Escritor. La fecha la impuso la SADE, entidad de patética trayectoria acomodaticia, ensalzando a Leopoldo Lugones, su fundador, en el día de su nacimiento. Por Lugones, ejemplo siniestro de la derecha cultural, tampoco tengo ninguna simpatía, vamos a decir la verdad. Le disfruto alguna excelente escritura pero simpatía cero. Ya que se trata de celebrar y con tal de brindar que es algo que a los del gremio se nos da bien, además de saludar a todos y cada uno de los colegas, aprovecho el onomástico del literato careta para recordar en cambio a los entrañables escritores desconocidos que cada día ponen la pluma y el talento a cambio de paga vil y anonimato. ¡A los Ghostwriter, Negros Literarios, Escribidores, Carpeteros, Clones, Coreanos, y Dialoguistas Sin Créditos, Salú!".
Ahora, en lo que hace a otras elucubraciones de escritores que he podido ver "a través del ojo de la cerradura de Facebook", algunas muestran la sabiduría de varias sentencias sobre el difícil arte de callar -en este caso, escribir pendejadas que es lo mismo-; desde aquella de múltiples paternidades: "Más vale permanecer callado y parecer tonto, que hablar y confirmarlo", pasando por el proverbio árabe: "El hombre es amo de las palabras que calla y esclavo de las que pronuncia"; para finalizar con la reflexión de Hemingway: "It takes two years to learn to speak and sixty to learn to keep quiet" (Lleva dos años aprender a hablar y sesenta aprender a permanecer en silencio). Porque, en Facebook he leído a un escritor que por segundo año -y muy orgulloso- perpetró su, digamos, "manifiesto del autobombo" donde se "enuncia y anuncia" escritor, porque le importa un "tzoto" lo que diga alguien con un "escritoriómetro" -barbarismo poco feliz, a la hora de neologismos literarios tendría que haber optado por el lamentable "escritormetro", puesto que no se refería a escritorios sino a escritores- sobre su actividad. Y a una escritora que proclama que, para ella y todos los colegas, "Se acabó el tiempo del escritor sentando en la torre de Babel" -solecismo de la referencia literaria- y salir a cazar lectores donde se los encuentre; esto es, en la prosaica realidad.
En lo personal, con respecto a la fecha pienso que ser escritor es una opción existencial; haber publicado, una circunstancia. Conozco tanta gente -sin contar rebaños enteros de vacas literarias sagradas rumiando en los establos de Augias de los grandes grupos editoriales- que ha perpetrado libros que, no más llegar a los estantes de las librerías, ya están en el "limbo de los olvidables" o con "check in" para la mesa de saldos. Porque hay editores y editores; una cosa es ser Maxwell Perkins -el mítico editor de Tom Wolfe, del cual tenemos algunos epígonos con su propia escuela en nuestro país- y otra los machos alfa que ameritan la cucarda que acuñó Adlai Stevenson: "An editor is someone who separates the wheat from the chaff and then prints the chaff" (Un editor es alguien que separa el trigo de la paja y luego imprime la paja).
Por eso, la luz del entendimiento me hace ser muy comedido para la efeméride del día del escritor y, a modo de salvavidas, le echo mano a Terentianus Maurus por aquello de Pro captu lectoris habent sua fata libelli (Según la capacidad del lector, los libros tienen su destino); como prueba de esta reflexión no puedo dejar de lado el hecho de que, 34 años y un mes después de la publicación del "Romancillo, cuasi romance del ‘Román-cero a la izquierda’", en un homenaje póstumo, Borges le dedicó El hacedor a Leopoldo Lugones. Y se me ocurre que el mejor festejo del día del escritor es encarnar aquel sabio consejo del viejo Vizcacha: "El que gana su comida / bueno es que en silencio coma./ Ansina, vos ni por broma,/ querrás llamar la atención./ Nunca escapa el cimarrón/ si dispara por la loma".
Que hay días y días para todo, mire, hasta el "día del perro callejero" tenemos. In altre parole: para el día del escritor no hagamos olas.
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