El trayecto desde las estaciones Budapest Keleti a Praha hlavní nádraží fue como un viaje de una novela de Ian Fleming. Aunque, pensándolo bien, también debí haber tenido en cuenta relatos de viajeros argentinos; pero sólo recordé un pasaje del patético Miguel Cané cuando, durante una jornada en tren en los Estados Unidos, lo dejó groggy una compañera que, a la hora de dormir, se sacó las botitas, para que se las lustraran en sus horas de sueño.
Ya desde la partida, me llamaron la atención los dos acompañantes que tuvimos en el compartimiento de tren. Como fuimos los primeros en subir, nos sentamos del lado de la ventanilla, Beatriz se marea si viaja de espaldas a la dirección de marcha así que ocupó el asiento orientado hacia la locomotora.
Poco después subió la chica vestida de negro -calzas, guantes, pulóver, chal- salvo tres detalles: mochila de tela urban camo, pero en tonos naranja y auriculares amarillos; se acomodó en el mismo asiento que Beatriz pero del lado del pasillo y hacia la ventana externa del vagón. Cruzó las piernas y pude ver mejor las botas de caña corta: de cuero color natural, pero old fashioned, semejantes a los viejos botines de escalada de los años '80 -¡horror, el siglo pasado!; je suis un homme du temps jadis-.
El que sería nuestro desconocido interlocutor fue el último en entrar al compartimento: camisa blanca, saco de tweed trama espina de pescado en tonos marrón claro y, haciendo juego, corbata, pantalón y zapatos Oxford full brogue de doble suela; se ubicó en mi asiento, enfrentado a la chica vestida de negro. De un bolso de cuero sacó una voluminosa edición en tapa dura de "El cimitiero de Praga" y se olvidó del mundo. Por su parte, ni bien el tren se alejó de la estación, la chica vestida de negro buscó en su mochila un cuaderno de dibujo y dos lápices; se dedicó a observar el paisaje por la ventana del pasillo y sólo apartaba su mirada para trazar rápidas líneas, cambiando con destreza los lápices, que empuñaba con la mano derecha, casi de la punta opuesta a la mina.
El viaje no habría pasado de ahí si no fuera porque la calefacción de nuestro coche no funcionaba por lo cual, y ante nuestras quejas, un inspector nos ofreció cambiarnos a un vagón convencional, sin compartimientos, donde habían cuatro asientos enfrentados con una mesa de por medio. La chica vestida de negro, salió de su introspección para responder en inglés -del que no pude rastrear el origen- que se quedaba en su asiento. Como adivinando mis intenciones, cerró su cuaderno ocultando su dibujo mientras salíamos. Mi morbosa curiosidad quedó insatisfecha.
El hombre del saco de tweed trama espina de pescado -de ahora en más: Red Grant, alias 'capitán Nash'- también aceptó cambiarse de vagón junto con nosotros.
No más acomodarnos los tres -Beatriz en dirección a la locomotora yo, del lado del pasillo y, mesa de por medio, enfrentado a nosotros, Red Grant-. El 'capitán Nash' nos preguntó, en un español veteado de italiano -de hecho, cualquier duda en su conversación se remitía a ese idioma-, de donde éramos y que hacíamos. Beatriz respondió por los dos y, a propósito de la especialidad de ella, empezaron a hablar del Barroco y sobre arquitectura. Red Grant, reveló su ignorancia sobre literatura colonial y, mientras Beatriz le hizo una breve síntesis, tomó nota de seis palabras en una libreta: Sor Juana Inés de la Cruz. A continuación, con una erudición y fluidez que nos dejó boquiabiertos, durante unos 20 minutos nos hizo una síntesis de la historia de España: desde los reyes católicos hasta las guerras carlistas.
Mi patológica curiosidad y voyerismo, un poco intimidadas por la esgrima del hombre del saco de tweed espina de pescado, observaba sus movimientos por el ring de la oratoria sin animarse a cruzar guantes. Me dio la oportunidad cuando, luego de disculparse con Beatriz, me preguntó sobre mis escritos. Hablé de mis novelas, ensayos y traducciones, mi página web y los dos libros en que estoy trabajando. Sin darle tiempo a que me respondiera hice una apertura clásica, ya que no de ajedrez, de guantes 20 onzas; dos jabs rápidos de izquierda a la cara seguidos de un hook con la derecha a la boca del estómago: "usted lee en italiano, habla bastante bien español, ¿a qué se dedica?". Float Like a Butterfly Sting Like a Bee; nos contó que había sido profesor de historia en la universidad de Moscú: "en realidad, me dediqué a la pesquisa y a formar investigadores"; "¿en qué especialidad?” -recordé la pelea de Muhammad Alí en Kinshasa, concretamente una inolvidable versión en You Tube, hoy inconseguible, comentada por Norman Mailer-; “partidos y pensadores franceses de derecha entre 1910 y 1930, después de jubilado resolví radicarme en alguna ciudad que me gustara, viví 5 años en Roma, cuatro en Madrid y ahora hace dos y medio que estoy en Praga"; "¿y cuánto tiempo piensa quedarse?"; "hasta que maneje con fluidez el idioma o descubra otra ciudad que me agrade...".
El resto del viaje Red Grant mantuvo una prudente distancia y mejor juego de cintura, nos habló de la historia de mitteleuropa, desde el Sacro Imperio Romano Germánico hasta Francisco José – se cuido en llegar hasta 1910 - nos preguntó cuál era nuestro destino final; "Estambul", contestamos a coro -me acorde de From Russia with love y de su versión cinematográfica, en mi opinión una de las mejores películas de la saga y la responsable de que, de adolescente, me enamorara de Estambul-. "¡Uf no tienen miedo a los atentados!"; "también los hubo en París, además no frecuentamos discotecas ni restaurantes; el día que haya atentados en museos, catedrales o edificios históricos nos preocuparemos", respondí por los dos.
Llegamos a Praga y, sin que se lo pidiéramos, nos ayudó a bajar las valijas. Una vez en el andén, nos dio la mano para despedirse y, antes de que termináramos de agradecerle, o preguntarle el nombre, o intercambiar tarjetas personales, se disolvió en la multitud.
En el taxi que nos llevó al hotel comentamos lo obvio: que el hombre nos había parecido un agente secreto de pelo en pecho. "Me llamó la atención su único comentario de actualidad: 'mi piace molto il papa Francesco', me dijo Beatriz. Le comenté del viaje en el Orient Express en la novela de Ian Fleming y la historia de Red Grant, el inglés que se había cambiado de bando para terminar como asesino de SMERSH, haciéndose pasar por un agente británico, el capitán Nash, que debía ayudar a James Bond y a Tatiana Romanovna en su fuga. En realidad debía matarlos -como antes mató al verdadero capitán Nash-, para eso llevaba oculta en un grueso libro -que no era una voluminosa edición en tapa dura de "El cimitiero de Praga"- una pistola Beretta calibre 25, igual a la del Double O Seven. Pero el capitán Nash trucho no sabía que James Bond sospechaba de él por la manera en que se había anudado la corbata.
Acomodados en el cuarto del hotel, continuamos hablando sobre el hombre del saco de tweed trama espina de pescado que se había esfumado en el andén de la Praha hlavní nádraží y en qué otro escritor argentino podría haber escrito algún relato basado en la impresión que nos dejó. Dudamos entre Rodolfo Walsh y Haroldo Conti.
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