En momentos de horror vacui creativo, en busca de inspiración, acudo a mi transitado Diccionario Caótico, desordenado alfabéticamente. De la otra parte del mismo, en sentido inverso, a partir de la contratapa, empecé, también al azar, una lista de homófonos y homónimos.
El origen de esta sección fue una añeja nota periodística sobre una declaración de Gabriel García Márquez dónde, a causa de razones que ignoro -pero no por ello explicables-, se le ocurrió reivindicar el desentenderse de normas gramaticales y léxicas a la hora de escribir lo cual daba lugar a una batalla de órdago entre homófonos y homónimos -los que, al no tener sus fronteras definidas, pueden dar un casus belli por cualquier quítame de allá esas pajas semántico- propuesta que, a mi criterio, era un alegato para la involución del alfabetismo.
La idea es más antigua que los tranvías tirados por caballos y ya la perdió Sarmiento contra Andrés Bello unos 120 años antes de la “genialidad” de García Márquez. La primera reflexión sobre ese incidente la recibí de un amigo por e-mail donde me comentaba pormenores de ese abrupto para concluir con: “¡Gabo! Errar es humano, herrar es equino”; bella y contundente paradiástole para decirle burro al de Aracataca.
Errar o herrar, that's the question, porque a la hora de diferenciar homónimo y homófono, tampoco el diccionario de la RAE es muy claro. La primera relación que se me ocurrió cuando releí las dos definiciones fue una nota que leí, de niño, en la revista Rico Tipo.
En la revista había una sección surrealista que me fascinaba “Versos y Notisias”, escrita por el genio de César Bruto e ilustrada por Oski, dúo al que hasta Cortázar le rindió homenaje. Una de aquellas notas contaba que, en un hipotético “soolojicO”, se habrían peleado “un paralelepípedo con un paralelogramo”.
Por los años que vivíamos en Río de Janeiro -illo tempore, cuando ya se conocían, además de coca y morfina, el LSD y nuevos alucinógenos, pero no el tusi o cocaína rosa; y los muchachos ya no usaban gomina sino que se pasaban por el pelo la cera de las tablas de surf para aclararlo- yo iba a la playa con algún libro y una flamante edición de los '80 del Pequeño Larousse Ilustrado. Este volumen está casi destruido pero todavía lo conservo junto una edición de principios de este siglo. La razón de llevar el diccionario era que no podía -ni puedo- avanzar en mis lecturas si me trabo en el significado o historia de una palabra, personaje o hecho histórico. Hace varios lustros que con el smartphone, uno de los dos objetos que me han cambiado la vida -el otro, la operación para colocarme lentes intraoculares-, sobre todo por los hipervínculos, me alivio de llevar el Pequeño Larousse Ilustrado.
Ayer, durante el desayuno, leyendo una nota en El País, me crucé con una expresión a la que no recordaba haber sido presentado: “tener a gala”. Abrí el diccionario de la RAE en el celular, con pantalla de 5,8 pulgadas y ¡cerise sur le gateau!; junto con el significado leo, al final de la página de búsqueda en la sección “Palabra del día”; la de hoy, lunes 4 de noviembre de 2024, es apétalo y la de ayer: batiburrillo. Ya por el término elegido de ayer, estaba predestinado a escribir estas líneas.
Y sí, en esta nota, a raíz de la idea de García Márquez, hace que se peleen, ya que no un paralelepípedo con un paralelogramo, un homófono con una dilogía. El primero alude a palabras con pronunciación semejante pero significados distinto “la tormenta se desplaza hacia Asia”; y la segunda, términos que se entienden en dos sentidos distintos a la vez como el gongorino “Donde el engaño con la Corte mora”, o el delicioso pasaje de El buscón cuando narra la somanta de palos que recibió su padre en la cárcel: “Por estas y otras niñerías estuvo preso; aunque, según me han dicho después, salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban ‘señoría’ ”.
Al azar elijo pares de homófonos y homónimos -muchos solamente diferenciados por el acento o por una hache muda, en contra a la delirante sugerencia del aracateco- para que se peleen, ya que no tengo el “soolojicO” de César Bruto, desde una sección de mi Diccionario Caótico, desordenado alfabéticamente. No es lo mismo: grabar que gravar; rayón -en las tres acepciones de la RAE- que rallón; haya que halla que aya; vario que varío que bario; naval que nabal; baza que basa. Tampoco: ribera que rivera, si bien las dos tiene relación con el agua; sima que cima si bien con la segunda se puede rellenar la primera; sandia que sandía; asesinar que acecinar; baca que vaca; alígero que aligeró. Pero se puede revolver el azúcar del café con el caño de un revólver -ya que estamos: “cada vez que oigo la palabra cultura saco mi revólver”.
Hay dos razones por las que guardo el viejo Pequeño Larousse Ilustrado: la primera es afectiva, está tan desarmado y con algunas páginas rasgadas que es imposible encuadernarlo, como un viejo perro de guerra son cicatrices que atestiguan sus batallas; a la hora de ciertas búsquedas supo ser valioso, hoy absolutamente superado por los diccionarios on line; pero allí está, ante cualquier corte de energía eléctrica, como Antonio en Julio César bien puedo decir: “Cry ‘Havoc!’ and let slip the dogs of war” (Grita ‘devastación’ y desatraílla los perros de la guerra) y volver a consultarlo.
Porque, en caso de corte de energía eléctrica, si busco en la parte histórica de mi viejo Pequeño Larousse Ilustrado, aparece la saga de Alcock y Brown con su épico biplano bimotor Vickers Vimy en 1919 -cuya réplica pude ver en el Science Museum-, travesía transatlántica donde unieron por primera vez Terranova con Irlanda del norte; en la nueva edición no figuran, pero sí Diego Armando Maradona.
Supongo que en futuras ediciones en papel del Pequeño Larousse Ilustrado, va a desaparecer, por ejemplo: el Incidente de Fachoda a fines del XIX, que podría haber cambiado el futuro de África si franceses e ingleses se hubieran puesto de acuerdo en vez de pisarse el poncho y mojarse la oreja. Pero, con certeza van a figurar: Lionel Messi, Antonela Roccuzzo, el Dibu Martínez y Franco Colapinto. Por otra parte, la propuesta de Gabriel García Márquez ha triunfado en las redes sociales, ahora con injusticia poética, basta ver las aberraciones gramaticales y sintácticas que se perpetran en WhatsApp y en las redes sociales.
Errar es humano, herrar es equino.
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