Quizás por semejanza con los humanos, a lo largo de la historia, los monos, sobre todo variedades pequeñas, han sido animales domésticos; a veces vestidos con ropas farsescas para divertir a los propietarios y amistades. Los monos de organilleros fueron lugar común en la vida ciudadana a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y no solamente ciudadana; Martín Fierro y sus amigos gauchos supieron divertirse con su presencia: “allí un gringo con un órgano / y una mona que bailaba, / haciéndonos rair estaba, /cuanto le tocó el arreo, / ¡tan grande el gringo y tan feo, / lo viera cómo lloraba!”.
Además, el prefijo mono (del griego monos = único) da origen en la RAE a una prolífica familia de vocablos -mayor que la de los simios- que arranca en “monoaural” y culmina en “monóxilo”. Sin olvidar que, también para la RAE, “mona y mono” pueden aludir a personas atractivas.
El orden de los primates -del cual formamos parte-, a más de la divertida “mona que bailaba”, tiene parentela de cuidado, como el gorila actor de cine King Kong, que además porta su faceta erótica, que nos remite al cuento “La bella y la bestia”. Mala prensa de los gorilas que se remonta a los fenicios, cuando Hanon el navegante dejó constancia de que a esos simios les encantaba torturar y violar y mujeres (¡?).
En 1885 el periodista y escritor greco irlandés Lafcadio Hearn, por aquellos años viviendo en New Orleans, publicó Gombo Zhèbes, antología trilingüe de proverbios, en lengua creole, francés e inglés; traducida al inglés y anotada. De 352 adagios creole con sus variantes dialectales: Guayana Francesa, Haití, Martinica, Trinidad, Islas Mauricio y New Orleans, más allá de la región de origen, 16 coinciden en tener por protagonista a monos. Uno de ellos, que bien merecería ser el título de esta nota, es el proverbio 341 de Islas Mauricio: “Zaco malin, li-méme té montré noir coment voler” (El mono es astuto, le enseñó al negro a robar).
Por otra parte, tenemos una pléyade de simios literarios; de uno de los más aterradores solo nos queda una pata en el cuento “La pata del mono”; los hay asesinos, el orangután de “Los crímenes de la calle Morgue”; filosóficos, El mono gramático de Octavio Paz; “Yzur”, protagonista del cuento de Lugones que, finalmente, aprendió a hablar; sin olvidar a “El mono que quiso ser escritor satírico”, de Augusto Monterroso. También hubo monos maternales como la gorila Kala que adoptó y crió al bebé hijo de los fallecidos lady y lord Greystoke, más conocido como “Tarzán de los monos”; el hecho de que Kala fuera gorila nos muestra lo erróneo de la versión del fenicio Hanon.
Por este ambiguo enfoque sobre los simios que nos caracteriza a los descendientes es que en nuestras comparaciones, y proverbios, aparecen frecuentemente las mismas contradicciones con que nosotros los vemos. Quizás el origen de esta mirada de amor-odio sobre ellos venga por el revuelo que se armó a partir de Darwin, cuya teoría no se la perdonan, hasta hoy, los anti evolucionistas de todos los continentes y tan caros al amenazante de retornar, Donald Trump -suerte de El mono desnudo, en el ensayo de Desmond Morris, pero con bisoñé rubio-. Ejemplos de esta manera contradictoria de compararnos con los simios los tenemos en que, a personas agraciadas se les dice que son “monos”; también los hay “feos como monos” y “ágiles como monos”; existe la reprimenda eclesiástica para quienes -sea una elipsis- se “hacen la del mono”; y “aunque la mona se vista de seda, mona queda”. Para colmo de ambigüedades está la alegoría de la discreción; tres monos acuclillados, uno con los ojos tapados, otro con los oídos tapados, y el tercero con la boca tapada. Por último, si alguien es un irresponsable y puede provocar alguna desgracia es “un mono con navaja”.
Hace poco leí en un diario por Internet que, en Patos, pueblito del noreste brasileño, alguien en un bar le dio un vaso de cachaça a un monito que era mascota de algún parroquiano; el bicho se mamó, empuñó una faca del mostrador y amenazó a los clientes. Tras el intento de agresión, trepó al techo. El primer resultado es obvio, las propietarias del bar filmaron la escena con sus celulares, la subieron a la web y resultó furor en las redes sociales.
En los últimos lustros donde las selfies han resultado en que imbéciles se maten, provoquen desastres y muertes involuntarias, o destruyan obras de arte, los monos no podían quedar fuera del mundo de los “monos desnudos”.
En 2011 David Slatter, fotógrafo inglés especializado en registrar la vida silvestre viajó a la reserva de Tangkoko, Indonesia, para fotografiar una especie en riesgo de extinción, los macacos negros crestados, y empezó la ficción. Slatter, sabiendo que, desde la espesura, los simios lo observaban, dejó una cámara en autofoco y se apartó. Luego de días de espera, el más seguro de los macacos, de ahora en más “mono fotógrafo”, se acercó y apretó el disparador de la máquina y logró una serie de autorretratos. Todo el mundo sabe que los fotógrafos suelen hacer varias tomas de un mismo hecho o lugar para elegir la que más le agrade. Al macaco negro crestado -con posterioridad bautizado Naruto- no le fue tan mal en su debut, una de sus fotos, convenientemente editada y algo deformada por la toma cercana, se volvió viral y conocida como “la selfie del mono”.
A fuer de viralizada, la imagen empezó a dejarle dividendos a Slatter, pero Wikipedia la reprodujo y, ante los reclamos del fotógrafo recibió por respuesta “es la selfie de un mono; por lo tanto no corresponde pagar derechos”. Fallo favorable a Wikipedia en Estados Unidos sentenció que los animales no percibían derechos de autor. Así lo creyeron todos.
En la comedia de enredos no faltó otro avivado, ahora con el nombre de una organización llamada PETA (People for the Ethical Treatment of Animals, Personas para el trato ético de los animales), quien apeló la sentencia e identificó al mono fotógrafo como Naruto. Apelaciones van, apelaciones vienen, PETA, la “apoderada” de Naruto y Slatter acordaron; un porcentaje para el mono y otro para el fotógrafo.
Algunas cosas no me quedan claras: Slatter sostiene que el mono de la foto es mona, por lo tanto PETA alude discriminación de género. Pero quedan otras en el tintero, cuando Naruto muera: ¿a quién pasarán sus derechos? Suponiendo que tenga hijos ilegítimos, ¿quién velará por su parte?
Retorno sobre el proverbio 341 de Gombo Zhèbes, y escribo una variante: “Zaco malin, li-méme té montré PETA coment voler” (El mono es astuto, le enseñó a PETA a robar).
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