El recuerdo de fotos compartidas en Facebook en 2017, sumado al comentario de Alicia, compañera de cursos en francés de aquella época, me llevaron al viaje en ese año y a la búsqueda en mi álbum de fotos, y diario personal, donde quedó registrado.
Previo al viaje, había huroneado, navegando por suplementos literarios, dos libros de Mathias Enhard –escritor que desconocía–, y me interesaron: Boussole, novela ganadora del Premio Goncourt 2015, y también, a resultas de esa pesquisa, otra cuyo tema me interesaba particularmente por el punto de partida de aquel viaje, Buenos Aires, Estambul, París, Lisboa, Estambul, Buenos Aires.
La segunda novela de Mathias Enhard, Parle leur de batailles de rois et d'élépanths (Háblales de batallas de reyes y de elefantes), narra el imaginario viaje a Estambul de Miguel Ángel en 1506; el florentino, decepcionado por las humillaciones cuasi cotidianas del papa Julio II, acepta la invitación del sultán Bayacid, quien le propone -luego de haber rechazado el proyecto de Leonardo da Vinci- que construya un puente sobre el Cuerno de Oro.
La idea de leer otra novela de aquella época me remontó a mi primer contacto literario, en años de adolescente, con Estambul, cuando se llamaba Constantinopla: El ángel sombrío, de Mika Waltari que, meses antes de aquel primer viaje a Turquía, lo compré en la feria de libros de Plaza Italia.
En la semana que pasamos en la ciudad lamenté no haber releído, previo al viaje, “Old Constan” la nota -reeditada en la antología By-Line, publicada por Penguin Books- que escribió Hemingway cuando la visitó en los años ‘20 del siglo pasado. Nada habría aminorado la sensación de estar por primera vez en un lugar al que no encontramos parámetros estéticos ni sensoriales para comparar y la certeza de que volveríamos. Estambul, antes Constantinopla, la capital más suntuosa y erudita de la Europa medieval. Constantinopla, la nueva Roma de Oriente que cautivó a los saqueadores venecianos y vikingos que terminaron aquerenciados bajo sus muros.
Con este mapa literario en mente nos embarcamos en el periplo. Sabíamos de antemano que el impacto de ver la ciudad iba a ser fuerte; no pudimos prever cuán fuerte. Imposible escribir una impresión de Estambul sin tener en el oído los cinco llamados diarios del almuecín a la oración, atmósfera -atmos spahira, esfera de aire- melodiosa y omnipresente, que nos envuelve como el aire que nos rodea; las sonoridades del idioma, absolutamente extraño a nuestros oídos, que fusiona sonidos guturales con otros dulcemente susurrantes; matizados con sabores y perfumes, lejanamente familiares –y por eso nuevos–, de comidas, especias y dulces.
Al día siguiente de nuestra llegada a París coloco los libros en la mesa de luz del hotel, antes de dormirme; luego de haber leído las primeras páginas de Parle leur de batailles de rois et d'élépanths, sé que El hombre que amaba a los perros, empezado en el avión a la salida de Ezeiza y transitado hasta la mitad, está celoso de su nuevo competidor. También me acude que, en la librería del Quartier Latin, luego de haber separado Boussole y Parle leur de batailles de rois et d'élépanths, rumbo a la caja, veo en una mesa una selección de obras de Hemingway en francés: Pour qui sonne le glas, En avoir ou pas, Paris est une fête. Me detengo en el último y pienso si llevarlo o no, lo he leído en español y en inglés, quizás leerlo en francés sería lógico porque habla de Paris, no puedo imaginar su traducción al francés, quizás la lejanía de la lengua produzca un “efecto de distancia” -el mismo que tuvimos en Estambul- tan bien logrado el tono evocador del libro. Pienso en las traducciones de A Moveable Feast, una oración sin verbo, “una fiesta móvil”, algo que no está fijo y puede ser transportado, pas mal, el viejo Ernie era muy bueno titulando -dicen que James Joyce estaba tan compenetrado con la obra de Shakespeare que, entre los íntimos, lo llamaba “Willy”; por razones análogas a Ernest Hemingway lo llamo “Ernie”-; Paris est une fête, el verbo en presente, se acerca a la idea del original. Me quedo con París era una fiesta, como acertadamente lo tradujo Gabriel Ferrater, el uso del imperfecto en español le otorga al título una carga de nostalgia, durativa, que llega hasta el momento en que el lector lo visita. Y esa saudade remata, como un beso de despedida, con el final del libro que recuerdo de memoria -mucha gente recuerda el comienzo de algunos libros de memoria, también es bueno recordar como terminan- “But this is how Paris was in the early days when we were very poor and very happy”.
No siempre es cierto aquello de traduttore, traditore. Recuerdo las palabras finales de París era una fiesta y también me acude otro final de antología en consonancia: “Me fui, como quien se desangra”. Así partimos de Estambul de vuelta a estos andurriales.
Caigo en la cuenta que hace un septenio -o un lustro y un bienio- compré El ángel sombrío, lo dejo sobre mi mesa de luz, dentro de dos días partiremos a España por un mes. Le prometí empezar a releerlo el lunes 25 de marzo.
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