Literatura, escritores latinoamericanos, novela, relato, Ana Abregú
El diafragma y la glotis no se ponen de acuerdo, comienzan a jugar a marchar a destiempo.
Entonces sale el hipo.
La cura del hipo no figura en ningún manual de medicina, pero las recetas de la abuela está llena de fórmulas, todas probadas por alguien al que le dio resultado, pero nunca una solución que pueda dar garantías.
El hipo es un acto de independencia del cuerpo al que nadie puede doblegar.
He leído que hubo un caso de una persona que tuvo hipo durante 71 años, Charles Osborne, lo que demuestra que el hipo es independiente de cualquier intento de cura y la ciencia no sabe aún cómo tratarlo.
Osborne vivió con ese reloj interno del hipo que estuvo marcándole la vida 40 veces por minuto, el hipo se quedó con parte de su existencia; entro uno y otro tuvo apenas tiempo de casarse y tener hijos y vivió más de 90 años.
Hacer flexiones, tomar agua sin respirar, hacer gárgaras, asustarse, son algunos de los más conocidos actos indemostrables sobre la cura del hipo, la idea es resetear la sístole del hipo, provocarle un shock que vuelva a sincronizar los músculos.
El hipo, por otra parte, es un caso de vergüenza social, porque sale un sonido de nuestra boca sin la participación de la voluntad, el hipo te deja expuesto, te condiciona, nada de lo que decís mientras tenés hipo resulta serio.
El hipo es una vergüenza extraña, vos no lo provocás, pero él comienza a tomarte, no sólo con el sonido, sino con tu imagen.
No se sabe cómo quitarlo, pero me pregunto si se puede provocar.
Imagino que descubro una fórmula y comienzo a fabricar hipos en pastillas.
Sería una forma genial de conjurar algunos discursos, imaginemos que podemos provocar hipo a propósito.
En mi fantasía, cada vez que un político quiere engañar al pueblo con discursos ridículos le provocaría hipo, sería como una especie de conjuro, el hipo actuaría como sabe actuar, quitándole seriedad a la palabra.