Jamás, en años de lector, imaginé que había de vivir un viaje desesperado de regreso a casa, huida que en literatura es tópico: nostoi; hasta que, junto con millones de personas en los aeropuertos del mundo emprendimos nuestro nostoi del coronavirus.
Hoy, domingo 5 de abril, en cuarentena profiláctica y, ante el panorama del prolífico y, poco meduloso, material literario sobre esta pandemia ?con brillantes excepciones que resplandecen con más intensidad en el universo de mediocridades con firma de afamadas plumas de ganso?, que circula en distintos medios, y viralizados en redes sociales, lápiz en mano, hice un rápido relevamiento mental de la presencia de la peste en bibliotecas.
La literatura nace con una peste; en el Canto I de La Ilíada, Agamenón se niega a devolver a Crises, sacerdote de Apolo, su hija ?Criseida la de las lindas mejillas? que acababa de raptar y lo echa del campamento. Por lo cual Crises invoca al dios: «Óyeme arquero del arco de plata… cúmpleme mi deseo que paguen los aqueos mis lágrimas con tus flechas». Apolo escuchó estas súplicas, descendió del Olimpo “sombrío como la noche” y asaeteó a todo ser viviente, empezando por perros, mulos y caballos y siguiendo por los hombres. La peste duró diez días.
Unos cuantos siglos antes, la primera escala del viaje de Jasón y los Argonautas fue en la isla de Lemnos; sólo había mujeres, mataron a todos los hombres. El origen de la masacre fue una peste que Afrodita le había mandado al bello sexo por haber desatendido su santuario, e hizo que las féminas de la isla tuvieran un olor desagradable, en consecuencia, los hombres repudiaron a sus esposas y trajeron esclavas foráneas e inodoras.
En Historia de la guerra del Peloponeso, Tucídides registró la plaga que asoló Atenas alrededor del 430 A.C. y que mató a casi la mitad de la población ateniense, incluido Pericles. Fue la primera epidemia que vino de Oriente.
Leemos en el libro del Éxodo de la Sagrada Biblia que Dios le encomienda a Moisés la liberación del pueblo judío de Egipto, a tal fin debe hablar con el faraón; detalle no menor; Moisés, según sus propias palabras, padecía de algún tipo de dislexia, por lo que obtuvo la gracia de Jehová de que su portavoz fuera su hermano Aarón. El resto de la historia es conocida, Egipto padeció diez plagas que incluyeron batracios, piojos, moscas, langostas, pestes del ganado, y culminó con la visita del Ángel de la Muerte, quien mató a los primogénitos egipcios.
Leemos en la Segunda Parte de Martín Fierro: “dentró una virgüela negra / que los diezmó a los salvajes. / Al sentir tal mortandá / los indios desesperaos / gritaban alborotaos: / ‘Cristiano echando gualicho’ / no quedó en el toldo bicho / que no saliera redotao”. Poco más adelante: “Esas fiebres son terribles / y aunque de eso no disputo / ni de saber me reputo, / será, decíamos nosotros, / de tanta carne de potro / como comen estos brutos”. Ahora son murciélagos, civetas o pangolines; sobre brutos no discuto.
Salto por fatigadas en las últimas semanas Diario del año de la peste de Defoe y La peste de Camus, novela que, antes que Mario Vargas Llosa considerara floja, ya recibió la misma valoración por parte de su autor al momento de ser publicada.
La lista de epidemias lo toca a Shakespeare, cuyo pueblo fue devastado por el brote de peste bubónica que asoló la región el año de su nacimiento. Me acabo de enterar que Newton desarrolló parte de su teoría de óptica durante una cuarentena. Y que los pintores Schiele y Munch pagaron su tributo a la mal llamada Gripe Española y lo reflejaron en sus cuadros.
Quedan para el final dos cerezas para el postre ?mejor dos aceitunas para el dry martini?. La primera, El Decamerón, los cien cuentos magistrales de Bocaccio ?ciento uno en realidad? con los que siete bellas damas y siete bellos gentilhombres se distraen durante 10 días de autoimpuesta cuarentena. El libro fue escrito casi en simultaneidad con la epidemia de peste bubónica que asoló Florencia en 1348. El compendio de historias, en gran parte de contenido erótico, no deja estrato social sin censar y caricaturizar, clero corrupto, herético y lujurioso; estafadores y tramposos; jueces, reyes, nobles y abogados felones. Un registro de Comedia Humana como sólo la picaresca española del Siglo de Oro volverá a pintar. Brillan, en ese cosmos, mujeres liberales que asumen la sexualidad más allá de los cánones machistas de la época. Recomendaría el principio, la descripción de los estragos de la peste bubónica en humanos y animales y ceremonias apotropaicas, que en nada tienen que envidiar a las actuales con el coronavirus.
La segunda aceituna, “The Masque of the Red Death” (“La máscara de la Muerte Roja”) de Edgar Allan Poe. Cuento premonitorio que habla de un rey despótico, el Príncipe Próspero, que se encierra con cortesanos y chupamedias variopintos en una suerte de castillo o abadía para mantenerse a salvo de la “peste roja” ?cuyos síntomas son bastante similares a los del coronavirus?; y lo logran, hasta que, en un baile de máscaras se aparece la Peste Roja en persona y se lleva puesto a los últimos sobrevivientes, Rey incluido. El cierre del relato es contundente y premonitorio: “And Darkness and Decay and the Red Death held illimitable dominion over all”; transcribo la traducción de Julio Cortázar ?probable víctima de otra peste, la rosa o SIDA? “Y las tinieblas, y la corrupción, y la Muerte Roja lo dominaron todo”.
“¿Qué es lo que hasta aquí ha sido? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que se ha hecho? Lo mismo que se ha de hacer” (Eclesiastés 1:10). Para pestes en literatura nos queda mucho camino para recorrer luego de lo que ya se ha escrito; con una pequeña ?e inevitable? adenda.
Si bien es cierto que la vida imita al arte, como dijo Oscar Wilde, hay algo en lo que no lo hace. La premonición final de “La máscara de la Muerte Roja”, no se cumplirá. Porque todos los Príncipes Prósperos y sus cortesanos y chupamedias variopintos ?en su gran mayoría responsables o difusores de esta peste?, de todos los espectros políticos y religiones y razas, sí se salvarán.