Viernes 15 de marzo. Desde Atocha a Córdoba terminé La carta esférica, registré otras frases levantadas de Ian Fleming y otros autores, incluido nuestro Inodoro Pereira. Anoté estas derivas literarias náuticas en mi cuaderno de viajes.
En Córdoba, escala en la oficina de turismo y compras para la semana. El sábado16, recorremos el casco histórico rumbo a la Mezquita, y de allí ida y vuelta por el puente romano sobre el Guadalquivir. Muy bajo caudal del río, en una ciudad que floreció al flujo de la cultura musulmana devota de fuentes y baños. Primera y aromática visión de Córdoba, tierra de naranjos, proliferan follajes verdes iluminados con guirnaldas de frutos perfumados. Seguimos por el Alcázar de los Reyes Cristianos, terrazas con jardines, fuentes y estanques con peces; una colección de objetos de época y mosaicos romanos recuperados luego de restauraciones del siglo pasado. Llama la atención la cantidad de grupos de italianos.
El domingo 20 recorremos la Judería, zona de restaurantes judíos y musulmanes con ofertas de menús kosher y halal –justo resarcimiento a la expulsión de España y siglos de Inquisición–. En las callejuelas, nos cruzamos con grupos de japoneses, separados por edades, papás y abuelos por un lado, hijos y nietos por otro; precedidos por guías que hablan en su idioma con un micrófono y turistas que escuchan con auriculares.
La Casa Sefaradí, cueva de Alí Babá, con objetos, ropas, instrumentos musicales y muebles de épocas pretéritas. Carteles y proyecciones hablan de médicos, científicos, filósofos y pensadores, perseguidos o expulsados; perviven en libros de historia y ficción; ordalía de la expulsión, o fuga, a países de Europa, África o colonias de América. Hago fotos y tomo notas de la extensa inscripción en un cartel.
En 1449, se aprobó en Toledo el “Estatuto de limpieza de sangre” y de allí se expandió por toda España. Según rezaba: ningún cristiano converso, “con un antepasado judío o musulmán”, podía aspirar a cargos públicos. Un texto de dos siglos después ampliaba: “...para ser enemigo de cristianos no es necesario ser hijo de padre y madre judíos, uno solo basta… y no importa que sean medio judíos… basta un cuarto y aún octavo… la Santa Inquisición ha descubierto que hasta distante veinte grados se han conocido judaizantes”. Resultado previsible, surgieron grupos de “linajudos” rastreando genealogías, con fines de lucro y vender silencios; para realizar sus denuncias no eran necesarias pruebas. Recién en 1865 los estatutos fueron suprimidos por ley.
Leía los entresijos de los “Estatutos de limpieza de sangre” y me acudieron las leyes de “pureza de sangre” de los nazis en 1933, explicadas por Anthony Beevor. Exigían, hasta el año 1750, para aspirantes a oficiales de las SS y al resto de los alemanes hasta 1800, normas menos rigurosas que las de la Inquisición. También “los linajudos”, tuvieron un exégeta, Hermann Göring, cuando le cuestionaron la ascendencia judía de uno de sus generales más brillantes respondió: “Yo decido quién es judío y quién no”.
Terminamos la visita a la Judería en la sinagoga, una de las tres que sobrevivieron en España.
El lunes 18, visita a la Mezquita y una conclusión: la audio guía y el plano no son suficientes, es necesario un guía, demasiada historia y los veinticinco lugares para ver en detalle lo exigen. Excelente motivo para volver y una reflexión. En las guerras con trasfondo religioso, los vencedores reconvierten templos de ciudades conquistadas a su credo -como Hagia Sophia en Estambul-. Pero esta mezquita, lugar de meditación y oraciones, en siglos de cristianismo ha sido intervenida con una acumulación de altares, pinturas y esculturas dedicados a todos los santos, santas, vírgenes y mártires que en el mundo han sido y serán. Iconodulia premonitoriamente recriminada por Carlos V: “Habéis construido aquí lo que vosotros o cualesquiera otros podrían haber construido en cualquier parte y habéis destruido algo que era único en el mundo”. Finalizamos visitando la bien conservada Casa árabe, muestra las tendencias edilicias y de jardinería que se han mantenido hasta hoy.
El martes, la bella había marcado una cita en el Archivo de Córdoba, la delicia de viejas construcciones de varios pisos, remozadas con adelantos contemporáneos, pero manteniendo elementos decorativos originales. En un pasillo, un escritorio con una colección de antiguos portaplumas para escribir con tinta, un tintero y réplicas para quien quiera probar la experiencia, hoy en vías de extinción por culpa de bolígrafos y teclados. De allí seguimos al Museo de arqueología, el placer de jubilados o extranjeros -como en la mayoría de los museos visitados en Madrid y Córdoba-, entrada gratis o tarifas reducidas. Tres plantas abarcan desde la prehistoria hasta el dominio musulmán. Una colección, con explicaciones, de columnas y capiteles romanos y su posterior copia e “islamización” con elementos decorativos gratos a la cultura musulmana. En una vitrina, el fragmento de una vasija vinaria con un poema de Geórgicas de Virgilio.
Seguimos por la Plaza del Potro, en un costado el Museo de Arte, edificio del siglo XV restaurado, en la fachada una placa con el pasaje de Don Quijote donde alude a la plaza y a esa construcción. De allí hasta el cercano Paseo de la ribera a orillas del Guadalquivir, bordeado de naranjales y, como en otros jardines de la ribera, con grafitis homófobos.
El miércoles recorrimos la Plaza de la Corredera, suerte de hermana de la Plaza Mayor madrileña, pero no contaminada con personas disfrazadas de muñecos, conejos y fauna variopinta de programas infantiles de televisión. Supo ser una plaza donde se hacían sueltas de toros para que suicidas corrieran perseguidos por bestias buscando asentaderas o espaldas para cornear. Seguimos hacia el archivo del Palacio de Viana, la bella trajo información. La visita incluyó la entrada al museo de la familia, desde la edad media al siglo XIX y el paseo por los extenso jardines.
El jueves, despedida, vía Judería, hasta el Puente romano pero hacia las Caballerizas reales y los Baños del alcázar califal, informado con placas y proyecciones, uno de los mejores conservados que hemos visitado.
El viernes 22 a mediodía partimos rumbo a Atocha y Barajas. Treinta y seis horas después, Plaza Italia. A la resaca de la maratónica jornada y el jet lag se sumó la contundente realidad; a merced de las hordas del esperpéntico general Ancap que libran la madre de todas las batallas contra la cultura. Donde hollan sus caballos, no crece más la cultura. Cinco siglos después, los cascos de Rocinante en la Plaza del Potro siguen siendo una Fuente Castalia.
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