Madrid, tiempo recobrado. 3/13/2024
Danilo Albero Vergara Escritor argentino
Literatura latinoamericana, ensayos literarios, relatos, literatura hispanoamericana

El arranque del fin de las derivas burocráticas por mi accidente fue la llamada por teléfono del lunes 4 de marzo al seguro de RENFE para que envíen la autorización -e indiquen una clínica- donde me sacarían las seis grapas. La primera mala noticia fue que, en mi legajo, no aparecía el famoso “Pase de tornos” de Barajas hasta Atocha, pese a que ya tenían por lo menos el original y dos PDF enviados por mail en distintas oportunidades.

Por suerte, a medida que la llamada avanzaba, apareció todo y la locomotora cachuza que había sido el trámite pasó a ser la dulce cadencia de la suite Trenzinho Caipira de Villalobos; y luego pasar por otro cambio y moverse con el ímpetu del movimiento sinfónico Pacific 231 de Honegger.

Villalobos porque lograron reunir la documentación completa y armonizó la aprobación del trámite. Honegger porque, trascartón, Toni, la voz del otro lado de la línea, buscó la clínica más cercana a nuestro domicilio, nos consiguió turno ese mismo día y le remitió la autorización de Renfe; arrollador como las 50 toneladas a 130 kilómetros por hora de la locomotora Pacific 231.

Hora y media después de la llamada, sin grapas, volvimos a la zona del Palacio Real, visitamos la iglesia de la Almudena y agradecimos a la virgen ese milagro madrileño, finalizamos caminando el Madrid de los Austrias, hasta el Mercado de San Miguel y luego la Plaza Mayor.

En El Prado, teníamos visitas pendientes: El Bosco, Goya y Velázquez, Las Meninas -con el retoque de vocabulario que los tiempos woke que vivimos le han impuesto, ya no hay más “enanos”, ahora son “acondroplásicos” -por los misterios que sugiere, es pasar al otro lado del espejo, como Alicia.

Ya Las hilanderas es un diálogo de Velázquez con otros y pintores pasado por el espejo de Ovidio en Metamorfosis, donde dejó constancia del hoy archiconocido mito. Aracne, afamada y vanidosa tejedora, llegó a compararse con Atenea; la diosa se le presentó y sobrevino un duelo de telares. La diosa pintó a sus pares en esplendor olímpico; Aracne, al rijoso Zeus, transformado en toro, cuando rapta a Europa. El tema -y quizá la destreza- cabrearon a la diosa y transfiguró en araña a Aracne. Además, la poética de los pinceles y paleta de Velázquez son un taller de escritura, ejemplo de que el arte se nutre del arte.

La idea motriz es un óleo de Tiziano y formaba parte de una serie llamada poesie, pinturas de fábulas mitológicas por encargo de Felipe II. Décadas más tarde, Rubens estuvo en la corte española y copió telas del veneciano, entre otras, el rapto de Europa. Como siempre, cuando un artista copia para aprender, lo que hace es “traducir”, a su propio estilo. Velázquez, a su vez, hizo otro tanto, pero retomando su origen en el relato de Ovidio. La escena del tapiz aparece sobre el fondo del óleo con la diosa y Aracne. En primer plano, se ve a las Moiras (del griego antiguo moirai = repartidoras), las hilanderas del destino: Cloto hila la hebra de la vida de los humanos, Láquesis mide la longitud y Atropo corta el hilo. En primer plano a la izquierda la rueda de la rueca de Cloto, gira a toda velocidad y representa el movimiento con una fidelidad que sólo los futuristas, siglos después, intentarán reproducir.

La jornada siguiente nos llevó al Monasterio de las Descalzas Reales, santuario estético y religioso de la Contrarreforma. Es un monasterio de monjas de clausura de clarisas coletinas -son 33 “como la edad de Cristo”, dijo el guía, un verdadero sacerdote laico cuyo largo chaquetón negro asemejaba a una sotana-, devotas de Santa Clara y San Francisco de Asís.

Una colección de arte, pinturas religiosas, objetos de culto y cuadros de reyes y otros temas que muestran el ojo y la devoción coleccionista de los Austria. Una lámina me llama la atención, representa a Jesús a los doce años; en una peregrinación a Jerusalén sus padres lo perdieron de vista, tras unos días de búsqueda, lo encontraron en el templo debatiendo con doctos.

“El mejor truco del diablo es hacernos creer que no existe”, dijo Baudelaire, soy agnóstico de pata negra -estamos en el país de los jamones- y pensé en qué castigo le habrían impuesto María y José. ¿Qué mejor que otro cuadro en respuesta?, me acude: La virgen María castigando al niño Jesús delante de tres testigos de Max Ernst -blasfemia surrealista llevada a expresión pictórica-. Con el niño desnudo boca abajo sobre su falda, la virgen azota las nalgas, de Jesús, rojas por las nalgadas ya recibidas, y su halo, símbolo de su santidad, caído al piso; no pasa lo mismo con el de María. Toda creación artística lleva a otra creación. Ernst me llevó a Evita castiga al niño gorila, de Daniel Santoro; la misma escena y similar encuadre solo que el niño desnudo es peludo como un monito y su cara es la de Lenin.

Salimos de las Descalzas Reales, pasamos por El Corte Inglés y compramos los pasajes en tren para Córdoba, de paso, una escala técnica en La casa del libro donde compré La carta esférica, Jaime me la recomendó cuando leyó de nuestra visita al Museo Naval.

Broche de la semana, la Real Academia de las artes de San Fernando, suerte de pequeño El Prado, y el Museo de Historia de la Ciudad, ambos, al igual que todos los museos visitados, con un trabajo de curadoría excelente y que terminan de armonizar la historia de Madrid, de los Reyes Católicos al presente, tradición de eruditos coleccionistas de arte y mecenas. También una deuda, hace treinta años compré la Historia de España en seis volúmenes de Alfaguara, ya es hora de leerla.

No todo es miel sobre hojuelas. Los madrileños fuman mucho y a toda hora, proliferan los vapeadores; en los subterráneos es frecuente ver gente con perros - ¿cuáles serán las restricciones de tamaño, se podrá llevar un Gran Danés, o un Pitbull?-, también repartidores de Glovo o similares, con sus bicicletas y enormes mochilas, de las que emanan tufos a pizza y comidas con aliños de ajo y cebolla. También, los baños en lugares públicos desacreditan a los de algunos reformatorios.

En El Prado, Beatriz se quejó a un custodio porque al que intentó entrar, no había sido limpiado desde la jornada anterior. En el Museo de Historia de la Ciudad, pasamos por experiencia semejante aunque no tan extremosa. En este último me acudieron unas coplas destinadas al duque de Sesto, cuya foto y explicación de su obra aparece en una ilustración. A mediados del siglo XIX, fue alcalde de Madrid durante diez años y es considerado, hasta hoy, uno de los mejores. Dentro de las reformas que impuso una fue la multa de veinte pesetas o cuatro duros, cantidad considerable para la época, a quien orinase en la vía pública.

El gracejo madrileño y la tradición del Siglo de Oro afloraron contundentes en un famoso epigrama que adornó las paredes de la ciudad: “¿Cuatro duros por mear? ¡Caramba, qué caro es esto! ¿Cuánto cobra por cagar, el señor Duque de Sesto?”

 





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