Domingo 25 de diciembre. Siempre he fabulado con escribir un cuento de navidad; lo intenté en varias oportunidades, ¿por qué reincido? si nunca le di importancia a esta fiesta. Problemas de educación, mis padres eran comunistas línea Moscú y -ya que estamos en Navidad- para más inri: ateos. Así, en casa, Navidad y Reyes eran fiestas burguesas; ni hablar de Papá Noel: invento capitalista con los colores de la Coca Cola. Sin embargo, los regalos de los Reyes Magos llegaban a casa; previo, en la noche de víspera, dejar en el patio los zapatos con pasto y agua para los camellos. Vuelvo a Papá Noel.
El primer detonante para empezar el relato fue un encuentro en el ascensor, que tuve el viernes con la vecina del 7° 24, tan locuaz como hospitalaria, pese a mis ganas de echarla del ascensor, continuó el monólogo con la puerta abierta –yo sólo pensaba hojear dos tomos maravillosos que me había entregado el cartero, hallazgo encontrado por Internet, cuya lectura se remonta a los años de los zapatos en el patio con pasto y agua para los mamíferos artiodáctilos y con dos jorobas.
Los libros eran parte de la Biblioteca Peuser –colección de viajes y aventuras que se entregaba junto a la biblioteca con la forma del Partenón– que me prestaba un vecino; imagino a Rodolfo Walsh y Haroldo Conti incursionando en esos volúmenes. Recordaba, de manera especial, el título y autores de los ejemplares que acababa de recibir; una recopilación de historias de vuelos pioneros de aeronáutica o de exploración, desde el cruce del Canal de la Mancha en 1909 de Louis Bleriot hasta los albores de la Segunda Guerra Mundial –conozco el tema y no he vuelto a ver algo así; ya no interesa-. Ignorando mis deseos homicidas, la vecina del 7° 24 prolongó la charla sin cerrar la puerta del ascensor. Tanto la alargó que, cuando llegué a casa, era tarde para hojearlos y me dediqué a pensar en un cuento de navidad.
La búsqueda de información fue un garbeo por la web; lo primero que saltó fue un saludo navideño de Banksy, en una localidad de Gales, hace un par de años. Luego: películas sobre la medianoche del 24 de diciembre; un estudio sobre el origen y evolución de los cuentos de navidad; la famosa celebración de la paz navideña en 1914 entre soldados ingleses y alemanes en la Primera Guerra Mundial; los festejos aislados –esta vez sin tregua– de alemanes y norteamericanos en la ofensiva de las Ardenas en 1944. Un artículo de BBC Culture: “Where there more than three Kings?” (Reyes Magos), según textos en arameo, para Miguel el Siríaco habrían sido 12, una caravana de camellos; en un blog sobre la Guerra Civil Española, la insólita tregua en navidad de 1936, en el monte Kalamua, milicianos y requetés intercambiaron tragos de vino y periódicos –yo a un requeté no lo habría tocado ni con una caña; tampoco a republicanos fanáticos–. Una perlita del ABC de Madrid “Los dientes, los más afectados durante las fiestas navideñas”, se duplican los números de caries con respecto al resto del año o se rompen –ni dentaduras postizas se salvan– con turrones, avellanas, garrapiñadas y en proezas festivas o etílicas: abrir tapas corona de botellas o intentar sacar corchos usando premolares y molares.
Pero la frutilla de la torta fue un artículo de Infobae sobre una insólita medida tomada en el municipio de Nantes: sustituir la fiesta de la Natividad de Jesús por la fiesta de la Creatividad; quizás porque las palabras riman. Sigue la lista de pavadas -ya que de navidad hablo y un plato tradicional para la fecha-. La idea -que ya es tendencia en ciudades europeas, Estados Unidos y Canadá-: no ofender a otras religiones y culturas. Así, desde noviembre los edificios públicos y negocios de Nantes debieron iluminarse con figuras de animales, personas y seres imaginarios, con los colores del arco iris en degradé, una calesita en lugar de árboles de Navidad, el feminismo no estuvo ausente, el gordo de la Coca Cola y los renos fue sustituido por una Mère Noël de jogging rojo. Las ofertas culinarias tradicionales fueron sustituidas por “meriendas de viaje, preparadas por exiliados de Mongolia, Irán, Uzbekistán y Afganistán”. Lo más delicioso de la nota, una referencia que a mis padres les habría dado dentera; acompañada del cartel de una propaganda, luego de años tratando de prohibir la fiesta, los comunistas decidieron permitirla con árbol incluido, pero el que da los regalos no es Papá Noel sino Papá Stalin.
Ante los variopintos resultados de mis flâneries, evoqué la única navidad con nieve que viví en Providence, Rhode Island; todo el cotillón. Cornucopia de renos, arbolitos, Papas Noels con sus bobalicones ¡jo jo jo! Rescato las canciones del festejo: We Wish you a Merry Christmas y Let It Snow Let It Snow Let It Snow –ambas en la versión de Bing Crosby–; Jingle Bells y Drummer Boy –interpretadas por Frank Sinatra–. Maguer kitsch, las canciones me siguen gustando; pero este festejo no es lo mío.
Antes de ponerme a dactilografiar, hojeé la lectura postergada por el monólogo, de la vecina del 7° 24. El gordo de la Coca Cola, con sus renos, me trajo un regalo y recalé en el relato del primer cruce del Atlántico Sur en escuadrilla, dirigida por el Mariscal de la Fuerza Aérea Italiana y camisa negra Italo Balbo. Fue la luz. El vuelo empezó el 17 de diciembre de1930 en Orbetello y culminó, varias escalas después, en Río de Janeiro.
Sobre el Atlántico africano, la escuadrilla, procedente de Port Lyautey –hoy Kenitra, entonces colonia francesa–, en la etapa entre Villa Cisneros –hoy Dajla, en ese momento colonia española– rumbo a Bolama –antaño colonia portuguesa– los encontró Nochebuena.
En ese momento, las tripulaciones se intercomunicaron por radio, para los relojes de a bordo, en Italia era medianoche del 24 de diciembre. Italo Balbo, uno de los Quadrumviri que dirigieron la marcha sobre Roma en 1922, señor de cachiporra y aceite de ricino, redactó un mensaje para radiotelegrafiar a la Compañía de Radioemisoras Italianas y, desde allí, al resto de mundo. Hablaba del primer festejo navideño en avión de la historia –mejor: escuadrilla, término de connotación militar– y enviaba mensajes de paz y felicidad al resto del mundo. Para los nativos de las colonias francesas, españolas y portuguesas debe haber sido lo más parecido a escuchar Santa Claus is Coming to Town en la versión de Frank Sinatra. Terminé la lectura rápida y recordé a la vecina en la puerta del ascensor; antes de cerrarla, me preguntó con quién íbamos a pasar la noche de Navidad, “con mi hermano y su familia” –mentí–. “Si no, ya saben, pueden venir a casa, la vamos a pasar algunos parientes y amigos, para eso son estas fiestas”. Maguer pesada es hospitalaria. Navidad no es lo mío. Además, detesto la Coca Cola.
Tampoco los Reyes Magos y sus camellos, tengo presente la sentencia bíblica: “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios”.
Por eso estoy convencido de que, si uno es rico o camello, lo aconsejable es no demorarse y disfrutar de la vida terrenal.
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