Al comienzo de los Nueve libros de historia, Herodoto, sintetiza las tensiones geopolíticas entre Asia y Europa y las guerras que sobrevinieron; según su versión todo empezó con el rapto de la joven Io, por mercaderes o traficantes fenicios -las diferencias entre comerciantes, ladrones y revendedores siguen difusas hasta el presente-, quienes vendieron a Io en Egipto. Sucedió una expedición punitiva, los griegos invadieron la ciudad fenicia de Tiro y secuestraron a Europa, hija del rey.
Con posterioridad, los griegos cometieron otra ofensa cuando la horda de Jasón llegó a la Cólquide y, luego de alzarse con el Vellocino de Oro, se llevaron a Medea. La generación posterior protagonizó la expedición de venganza de los griegos por el agravio de Paris, hijo de Príamo, que raptó a Helena y se la llevó, junto con los dineros del cornudo Menelao, a su hogar en Troya. De un episodio de la invasión punitiva que sobrevino; nos enteramos en La Ilíada -que empezó con una peste como el COVID- de su desenlace, destrucción y, saqueo de la bien amurallada Troya, en Odisea.
Narrativa, poesía y dramaturgia tienen sus orígenes en guerras y se proyectarán a la mitología, leyenda y estética del mundo clásico, para culminar con el padre mítico de Roma, el troyano Eneas. Y en este panorama literario las mujeres juegan un rol importante, son las causantes o las víctimas.
Ellas construyen, gestan, paren, crían y educan a los niños; ellos hacen la guerra, destruyen y matan, están presentes a la hora de engendrar y, cuando los niños han crecido, vienen a buscarlos para iniciarlos en el macabro juego de la guerra; pero, cuando están derrotados, heridos o mutilados, los hombres vuelven a casa para que las mujeres los curen y asistan; a ellas les concierne el parto y el dolor de las ceremonias fúnebres; madres, enfermeras y plañideras.
En esta cosmovisión, de mujeres causantes de conflictos bélicos o motivos de desenlaces trágicos sería mejor hablar de la rijosidad masculina, que se vale de su lujuria como casus belli, de donde tenemos que la pareja de Venus y Marte es protagonista a la hora de hacer el amor o desenvainar espadas; amor y guerra van de la mano. Por esta razón, dos diosas “feministas avant la lettre” pero extremadamente belicosas, Artemisa y Atenea -la de los ojos de lechuza-, tiene su lugar en el Olimpo en su condición de vírgenes. Pero, en el terreno de la dramaturgia, es un personaje femenino quien por primera vez se encarga de tener un papel de pacificadora de la mano de Aristófanes quien le otorgará el rol activo para poner fin a enfrentamientos armados.
El aristócrata ateniense, Aristófanes, es un nudo gordiano de contradicciones; nacido y criado en la solera de hidalgos rurales se encontró viviendo, desde joven, en una democracia, no del refinado Pericles sino la del tosco curtidor Cleón, que usó de su lengua de sicofante y mal hablado como herramienta oratoria -la historia se repite dos veces, una como tragedia y la otra como una farsa trágica con nuestro Cleón melenudo, histrión y coprolálico.
El mejor camino que encontró Aristófanes para expresar críticas es la comedia, en épocas en que no existían periódicos ni radio era un género que permitía empañar batallas de ideas y hacer críticas desde las carcajadas; castigat ridendo mores (corregir las costumbres riendo), e inauguró la tradición de la sátira política, tan perseguida a partir de entonces por dictadores y líderes populistas. De sus ácidas comedias, sobreviven once, en ellas no dejó títere con cabeza. Como era de esperar su blanco favorito fue el zafio Cleón y lo atacó en sus comedias.
El nudo gordiano de las contradicciones de Aristófanes se complica por el hecho de que, además, era profundamente reaccionario y, como conservador, era reacio a nuevas doctrinas filosóficas, lo cual entraba en conflicto con el género teatral que había elegido; uno de sus dardos fue contra Sócrates y, en Las nubes, lo representa como falsario, demagogo y corruptor de jóvenes. En el ámbito de la dramaturgia se la agarró con Eurípides por considerarlo el acmé de la decadencia del teatro clásico.
Si algo caracteriza la poética de Eurípides es la defensa de la mujer como víctima y botín de guerra -su Políxena en Hécuba es un alegato en contra de la violencia de género-. Hay que tener cuidado con odiar ciegamente a nuestros rivales -Never hate your enemies. It affects your judgment (Nunca odies a tus enemigos. Afecta tu juicio), le aconseja Don Corleone a Michael-, nos podemos identificar con ellos. Aristófanes y sus contradicciones, o matetes ideológicos, es un ejemplo. En Lisístrata, crea una heroína pacifista digna del mejor Eurípides, pero en tono de solfa. Con valor agregado, es la primera obra de teatro pacifista, además, con las mujeres asumiendo el rol activo, no de víctimas.
La ateniense Lisístrata, la que disuelve ejércitos (lysis stratós), protagonista principal de la comedia, harta de las interminables batallas entre atenienses y espartanos, convoca a las mujeres de la ciudad a la abstinencia sexual con sus maridos hasta que éstos no pongan fin a sus batallas. Venus de piernas cruzadas, ya que no de brazos caídos.
A tal fin las sublevadas toman la Acrópolis, símbolo del poder masculino en la ciudad, y resuelven quedarse allí hasta lograr su objetivo, con lo cual, además, se enfrentan al establishment, el consejo de ancianos que gobierna Atenas. El plan tiene algunas complicaciones, Lisístrata ha proclamado que la abstinencia debe ser mutua, forzada para los hombres, voluntaria para las féminas; incluye en sus prohibiciones, el uso por parte de las mujeres de “esos aparatos de cuero de ocho dedos de largo con que se consuelan durante la ausencia de sus esposos”. Luego, denuncia y reprende a varias que abandonan la Acrópolis para, con el pretexto de resolver problemas domésticos, encontrarse a escondidas con sus maridos.
Por fin, ante la epidemia de “verijas inflamadas” de los guerreros, se logra el armisticio entre espartanos y atenienses. En el cierre de la comedia, el coro celebra esta victoria de la paz cantando: “Llevaos a vuestras esposas, el marido junto a la mujer y la mujer junto al marido para celebrar este feliz acuerdo”.
La tensión amor y guerra la inicia el fugaz matrimonio de Venus y Marte. Y no es casual que el hijo de ambos, el regordete y alado Cupido, porte arco y flechas, con los cuales asaeta e hiere a los futuros enamorados, raro oxímoron que une amor y muerte. Lo dice el proverbio “en el amor y la guerra todo vale”.
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