Por si algún lector se entusiasmó con el primer y segundo capítulo, publicados en Don Casmurro 1 y Don Casmurro 2, anticipo el tercero.
Capítulo III - La denuncia
Iba a entrar en la sala de visitas cuando oí pronunciar mi nombre y me escondí detrás de la puerta. Era la casa de la Rua de Matacavalos; el mes, noviembre, el año es algo remoto, pero no voy a cambiar las fechas de mi vida sólo para agradar a las personas que no gustan de las historias viejas; era el año de 1857.
-Dona Gloria, ¿usted sigue con la idea de meter a nuestro Bentinho[1] en el seminario? Ya ha pasado el momento, incluso podría surgir un problema.
- ¿Qué problema?
- Un gran problema.
- Un gran problema.
Mi madre quiso saber cuál era. José Dias, después de algunos instantes de concentración, salió a ver si había alguien en el pasillo; no se dio cuenta que yo estaba, volvió y, bajando la voz, dijo que el problema estaba en la casa de al lado, en la familia de los Padua.
- ¿En la familia de los Padua?
- Hace algún tiempo que estoy por decírselo, pero no me atrevía.
- No me parece bien que nuestro Bentinho se ande escondiendo por los rincones con la hija del Tartaruga[2], y este es el problema, porque si ellos se enamoran, usted tendrá que luchar mucho para separarlos.
- No lo creo. ¿Escondiéndose por los rincones?
- Es una manera de decir. Andan en cuchicheos, siempre juntos. Bentinho casi no sale de allí. La muchacha es una cabeza hueca; el padre se hace el que no ve nada; ojala que las cosas terminaran de manera que… Comprendo su gesto, usted no cree en estos pensamientos, le parece que todos tienen el alma cándida…
- Pero, senhor José Dias, he visto a los chicos jugando y nunca vi nada que me haga desconfiar. Y menos a esa edad, Bentinho sólo tiene quince años. Capitú cumplió catorce la semana pasada, son dos mocosos. No se olvide de que se han criado juntos, desde aquella gran inundación, hace diez años, cuando la familia Padua perdió casi todo; hasta ahí se remontan nuestras relaciones. ¿Qué voy a pensar…? Cosme, mano, ¿tú qué piensas?
Tío Cosme respondió con un “¡Eh!” que, en buen romance, quería decir: “Son imaginaciones de José Dias; los muchachos se divierten, yo me divierto; ¿dónde está el gamão?”
- Sí, creo que usted está equivocado.
- Puede ser, señora mía. ¡Ojalá ustedes tengan razón!, pero crean que sólo les he hablado de esto después de meditarlo mucho…
- De cualquier manera —interrumpió mi madre—, ya va siendo hora; voy a tratar de meterlo en el seminario cuanto antes.
- Bien, ya que no ha perdido la idea de hacerlo sacerdote, se ha mantenido la idea principal. Bentinho deberá cumplir los deseos de su madre. Y además, la iglesia brasileña tiene grandes posibilidades. No olvidemos que un obispo presidió la Constituyente, y que el padre Feijó gobernó el imperio[3]…
- ¡Gobernó como la cara de él! —interrumpió tío Cosme, cediendo a antiguos rencores políticos.
- Perdón, doctor, no estoy defendiendo a nadie, sólo estoy citando. Lo que quiero decir es que el clero todavía juega un gran papel en Brasil.
- Usted lo que quiere es que le dé una lección en el juego; ande, vaya a buscar el gamão. En cuanto al muchacho, si ha de ser cura, lo mejor sería que no comience a decir misa detrás de las puertas. Pero, mira, mana Gloria, ¿de verdad hay necesidad de hacerlo cura?
- Es una promesa y hay que cumplirla.
- Sé que hiciste la promesa…, pero, una promesa así…, no sé… Creo que, pensándolo bien… ¿A ti qué te parece, prima Justina?
- ¿A mí?
-
- ¿A mí?
- Ciertamente cada cual sabe mejor lo que se hace a sí mismo, continuó tío Cosme, es Dios quien sabe de todos. Sin embargo, una promesa de tantos años… ¿Pero qué te pasa mana Gloria? ¿Estás llorando? ¡Bueno! ¿Eso es una cuestión de lágrimas?
Mi madre se sonó sin responder. La prima Justina, creo que se levantó y fue a conversar con ella. Se produjo un gran silencio, durante el cual estuve a punto de entrar en la sala, pero otra fuerza mayor, otra emoción… No pude oír las palabras que tío Cosme comenzó a decir. La prima Justina lo incita: “¡Prima Gloria! ¡Prima Gloria!” José Dias se disculpaba: “Si lo hubiera sabido, no habría hablado, pero he hablado por la veneración, por la estima, por el afecto, para cumplir un deber amargo, un deber amarguísimo…”
[1] Diminutivo de Bento, Benedicto o Benito, etimológicamente: “el bendito por Dios”. Alusión al futuro que le había asignado la madre. En el capítulo XI, el protagonista dará una explicación acerca del origen de este destino.
[2] Del original en bastardilla.
[3] Tras la abdicación del emperador Pedro I (1831), le sucedió su hijo Pedro de Alcántara que tenía en ese momento cinco años de edad, se inició el llamado Período Regencial. Durante los próximos nueve años se sucedieron varios regentes. El sacerdote Diogo Antônio Feijó -también conocido como Regente Feijó-, uno de los fundadores del Partido Liberal brasileño, ocupó el cargo de regente entre 1835 y 1837. Sus reformas políticas lo enfrentaron a los sectores conservadores y a la misma iglesia y debió renunciar. Pedro de Alcántara fue proclamado mayor de edad y asumió con el nombre de Pedro II en 1840. Ver capítulo XXXI, nota 23.