En in our time de Ernest Hemingway 8, vimos como el autor identificó la muerte violenta con los orígenes de su poética narrativa; en tiempos de paz, la arena de una plaza de toros era el único lugar donde esa trágica experiencia era posible ser vivida.
Los dos relatos de esta entrega transcurren durante las fiestas de San Fermín en Pamplona, uno de los íconos de la tauromaquia. Los festejos comienzan con el chupinazo, un cohete que se dispara del balcón del ayuntamiento. Parte de las celebraciones incluyen el desfile de una banda por las calles, precedida y seguida por una multitud, que ejecuta el riau-riau –un vals para banda–. El evento más conocido y famoso de San Fermín –y al que se alude en el primer relato– es el encierro, suelta de toros que serán llevados al toril, previo a la lidia que se hará por la tarde.
Los encierros ocurren todos los días de la fiesta; son la suelta de 6 toros y 6 cabestros –toros mansos– que corren por las calles –al igual que el riau-riau precedidos de una multitud que ahora corre huyendo de ellos–, hasta la plaza de toros.
En el primer relato , el narrador y su amigo Maera, dos toreros, están preocupados por Luis, un colega mexicano quien, olvidando que debe torear por la tarde, está interesado en participar del riau-riau y del encierro. Temen que, en la carrera callejera, Luis sea corneado o cogido en la jerga taurina.
En el segundo –no hay que olvidar que este tipo de relatos cortos en inglés también se llaman vignettes– nos introduce directamente en la agonía de Maera en la arena, mientras el toro lo sigue corneando en el piso, sucedida por su muerte, desangrado en una camilla al lado del médico y rodeado de otros toreros, sin poderse comunicar. Mientras tanto, en las tribunas, el espectáculo continúa y la multitud ya se ha olvidado de él. Comparado con otro relato de la serie habría que cotejar esta vignette con la lenta agonía de Nick en 'capitulo 7' de in our time de Ernest Hemingway 4. Es bueno tener presente la etimología de agonía, transcripción literal del griego antiguo y de allí al latín, español, inglés, francés e italiano; su significado, entre otras cosas: competición, torneo, lucha por la victoria, angustia.
Con respecto a la agonía en soledad hay un escritor argentino, cuya vida podría ser considerada paralela –en el sentido que le da Plutarco– a la de Ernest Hemingway: Horacio Quiroga. Horacio Quiroga nos cuenta en 'A la deriva' (en Cuentos de amor, de locura y de muerte, 1917), la historia de un hombre que, picado por una víbora venenosa muere solo en su canoa cuando va en busca de ayuda –y cuya frase final es casi idéntica a la de 'capítulo 16'; también 'El hombre muerto' (en Los desterrados, 1926), donde narra la agonía de un hombre que acaba de caer y enterrarse su machete en el vientre.
capítulo 15
Escuché a los tambores acercándose por la calle y luego los pífanos y las gaitas y luego doblaron la esquina, todos bailando. La calle llena de ellos. Maera lo vio y luego yo. Cuando ellos pararon la música para arrodillarse él se agachó con ellos y cuando empezaron de nuevo se levantó de un salto y se fue calle abajo bailando con ellos. Estaba muy borracho.
Anda atrás de él, dijo Maera, a mí me odia.
Así fui hasta él lo alcance y lo agarré cuando todavía estaba agachado esperando que la música volviera a retumbar y le dije: "Por el amor de Dios, vámonos Luis. Tienes toros esta tarde". El no me escuchó, estaba atento a que la música comenzara.
Le dije "no seas un maldito tonto, Luis". Volvamos al hotel.
Entonces la música empezó de nuevo y se levantó de un salto y se apartó de mí y empezó a bailar. Lo agarré del brazo y él se soltó y dijo: "Oh, déjame solo. No eres mi padre."
Volví al hotel y Maera estaba en el balcón mirando hacia la calle para ver si lo traía de vuelta. Cuando me vio fue hacia el interior y vino disgustado escaleras abajo.
Bueno, dije, después de todo no es más que un ignorante salvaje mexicano.
Si, dijo Maera, ¿y quién va a matar sus toros si tiene una cogida[1]?
Nosotros, imagino, le dije.
Sí, nosotros, dijo Maera. Nosotros matamos los toros de los salvajes, y los toros de los borrachos y los toros de los que bailan riau-riau. Los matamos sin problemas. Sí. Sí. Sí.
capítulo 16
Maera yacía quieto, la cabeza sobre sus brazos, su cara en la arena. Se sentía cálido y pegajoso por la hemorragia. Cada vez sentía el cuerno entrando. A veces el toro sólo lo golpeaba con la cabeza. Una vez el cuerno lo atravesó y él lo sintió penetrar en la arena. Alguien tenía al toro por la cola. Todos lo maldecían y le agitaban la capa en la cara. Luego el toro se fue. Algunos hombres levantaron a Maera y empezaron a correr con él hacia las barreras[2] a través de la puerta que atravesaba el pasillo bajo la gran tribuna hasta la enfermería. Recostaron a Maera en un catre y uno de ellos fue a buscar al médico. Los otros estaban parados a su alrededor. El médico vino corriendo del corral donde había estado cosiendo caballos de picadores. Tuvo que detenerse y lavarse las manos. Arriba de ellos, desde la tribuna, llegaba una gran gritería. Maera quiso decir algo y descubrió que no podía hablar. Maera sintió que todo se hacía más grande y más grande y luego más pequeño y más pequeño. Luego todo comenzó a correr más veloz y más veloz como cuando se pasa una película en cámara rápida. Luego murió.
[1] En el original el itálica. Alusión a ser cogido o corneado por un toro.
[2] Protección circular –de poco más de un metro y media de altura– alrededor de la arena, destinada a impedir que las reses salgan del ruedo.
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