Soy fanático de los programas de preguntas y respuestas, en la actualidad y en la mayoría, son misceláneas y demandan respuestas tipo multiple choice. A veces fabulo con inscribirme en alguno pero, me acoquina el carácter de cajón de sastre de las preguntas y jurados -por citar el que sigo ahora: una actriz, una ex modelo, un comentarista de deportes, otro político y otro científico-. Más allá de mis reflexiones, el carácter variopinto de las preguntas hace que estos programas tengan un tono“enciclopédico” por la variedad de temas que abarcan-i.e. ¿Quién escribió Conversación en La Catedral: a) Severo Sarduy, b) Carlos Fuentes, c) Mario Vargas Llosa; seguida de otra tanda relacionada con mundiales de fútbol, detesto el fútbol, o romances de famosas y famosos-. Las comillas de “enciclopédico” fueron deliberadas; tengo prejuicios acerca de muchos de los “saberes” requeridos para participar, a mi criterio, intrascendentes.
Desde que aprendí a leer, soy fanático de diccionarios y enciclopedias, aunque tardé años en diferenciarlos; ambos se organizan en ordenación alfabética: los primeros traen el significado de las palabras, etimologías y, si el vocablo tiene más de un significado, sus acepciones; también los hay referidos a idiomas. Las enciclopedias abarcan conocimientos sobre diversos temas, y mi primitiva confusión entre los dos vino porque, de chico, me fascinaba el Pequeño Larouse Ilustrado-al que María Elena Walsh le dedicó un vals-, dividido en dos secciones: la primera, diccionario; la segunda, enciclopedia, lo leía como si fuera un libro de cuentos, inclusive fabulé con leerlo completo; muchos años después supe que Honey Ryder, la buceadora y recolectora de conchas de Satánico Doctor No, estaba haciendo lo mismo con los doce tomos de la Encyclopedia Britannica y, en el primer encuentro con James Bond le cuenta que lleva leídos cinco de los doce volúmenes.
Aquel Pequeño Larousse Ilustrado se desintegró a finales de los ’80, le sucedió otro impreso en 1990 que me deparó una sorpresa, en la enciclopedia habían desaparecido Alcock y Brown, pero figuraba Maradona -detesto el fútbol y tres palabras: Diego, Armando y Maradona-, por suerte esta edición mantiene, en la separación entre el diccionario y la enciclopedia, la sección color rosa con locuciones latinas y extranjeras, no ocurre lo mismo con otra edición de mis estantes, la de 2005. El Pequeño Larousse no es el primer caso en que se destierran palabras, en el 2019, la Real Academia dio a conocer el listado de términos que se habían dado de baja, tuve la precaución de archivar el listado y, en el fondo de mi corazón, pervive la expulsada -y desconocida- cocadriz, hembra del cocodrilo.
Enciclopedia porta curiosa etimología, compuesta por egkuklyos (moverse alrededor de) y paideia (instrucción, en particular de niños, y cultura), la palabra sugiere un movimiento constante en torno a distintas formas del saber, existen enciclopedias con formatos distintos de los libros, los museos y sus antecesores: los gabinetes de maravillas. Los gabinetes de maravillas eran grandes vitrinas acondicionadas en cuartos especiales, donde aristócratas y burgueses adinerados de la Ilustración coleccionaban y exhibían piezas desconocidas y exóticas de todo el mundo y obraban como enciclopedias de las que sus propietarios acostumbraban a imprimir catálogos ilustrados.
Diccionarios y enciclopedias tienen, además de museos, otras variantes, una de mis favoritas son las notas al pie -Erwin Panofsky se lleva las palmas, en muchos de sus libros las notas al pie superan en extensión al ensayo y son pequeñas enciclopedias-. Durante años me llamó la atención el pleonasmo al comienzo del Cantar de Mio Cid: “De los sos ojos/ tan fuerte mientre lorando”, ¿hay otra manera de llorar?; sí, en la edición anotada de Antonio Pascual me enteré de que en castellano medieval llorar no significaba solo verter lágrimas, sino variadas expresiones de duelo: dar alaridos, echarse ceniza sobre la cabeza, desgarrarse las vestiduras -expresiones de dolor caras a Homero y las tragedias griegas-; de allí que “el llanto de los ojos” de Ruy Díaz era de carácter contenido y silencioso, acorde con el temperamento del héroe.
Museo ya para los antiguos romanos era el lugar consagrado a las Musas, que como no todo el mundo sabe eran nueve e inspiradoras de las artes y las ciencias: Calíope -elocuencia y poesía épica-, Clio -historia-, Erato -lírica amorosa-, Euterpe -música-, Melpóneme -tragedia-, Polimnia -poesía sacra-, Talía -comedia -, Terpsícore -danza- y Urania -matemáticas y astronomía-. Pero también hay museos de ciencias naturales, científicos y militares, por lo tanto también había que incluir, además de las Musas, a Ceres, Vulcano y Marte.
Estos intereses resultaron en mi enciclopédica colección de diccionarios que supera el medio centenar entre los más exóticos: el Dictionary of Military Abbreviations and Acronyms, The Greek English Lexicon de Liddell & Scott, The Dictionary of Literary Terms de Cuddon, The Play Boy Dictionary of Forbidden Words, pasando por un Diccionario de la ópera, el Diccionario de imágenes Duden -imprescindible a la hora de saber cómo se llama una pieza de reloj, distintos tipos de sombreros o las herramientas de un talabartero-, de francés, inglés, italiano y portugués, de sinónimos y antónimos,de retórica y el entrañable American Heritage Dictionary, al que acudo en busca de la imagen cada vez que debo retocar algún ojal de camisa y no recuerdo la puntada (buttonhole stitch).
En este universo brillan tres, los más irreverentes, por su carácter de ensayos sociológicos con un irónico humor negro: El diccionario de tópicos (Dictionnaire des idées reçues) de Flaubert, analecta de clichés estéticos, lugares comunes, salud, higiene, y mojigatería; El diccionario del diablo de Ambrose Bierce, donde acomete contra pilares de la sociedad mediante concisas definiciones, sobre la realidad, social, cultural y moral. El tercero, el Breve diccionario del argentino exquisito de Adolfo Bioy Casares, en él, desde su perspectiva de clase, satiriza el uso de lenguaje deliberadamente complejo, que en el prólogo atribuye a cierto arquetipo local de “políticos y gobernantes… en un acto de premeditación a manera de baratijas para someter a los indios, porque el embaucador desprecia al embaucado”.
Hace trece años, con media resma de papel A-4, anillada y con tapas negras, empecé mi diccionario y enciclopedia, allí registro palabras, modismos, expresiones o citas de lecturas, con una diferencia especial del resto de sus colegas. No tiene orden alfabético, sólo la fecha de las entradas. La única manera de encontrar algo es hojearlo del principio al fin. Mi anti diccionario ya tiene una etiqueta con el título: Diccionario enciclopédico caótico, desordenado alfabéticamente.
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