Iletrados del futuro 1/18/2021
Danilo Albero Vergara escritor argentino
Literatura, relatos, crítica, comentarios sobre libros.

En el prólogo de la novela Pedro y Juan, Guy de Maupassant relata las lecciones de Flaubert cuando le llevaba sus primeros escritos, entre otras, desarrollar el arte de la observación y aplicarlo a la escritura: “cuando pase frente a un tendero sentado frente a la puerta de su negocio, un portero que fuma su pipa… descríbame a ese tendero, a ese portero, tal como están en actitud y apariencia física, indicada por medio de la imagen, y su naturaleza moral, de manera tal que no pueda confundirlo con ningún otro portero…”.

Mucho antes que Flaubert, Aristóteles en Poética, nos advierte que los escritores describen individuos en acción y que éstos pueden ser mejores que nosotros, o peores, o iguales: “…como lo hace los pintores; Polignoto los pintaba mejores, Pausón peores, Dionisio iguales…”. Siglos después, Horacio dirá en Epístola a los Pisones: "La poesía es como la pintura (Ut pictura poesis), algunas obras gustarán más de lejos, otras de cerca. Esta pide oscuridad, aquella exige ser vista a plena luz". En Vida en el Mississippi, Mark Twain, da un ejemplo literario de la observación de Horacio; cuando describe paisajes fluviales, un experimentado piloto le enseña a un aprendiz cómo tener presente la luz en las distintas horas del día y cómo ésta puede alterar radicalmente la sensación de distancia y apariencia de las aguas; un fotógrafo puede leer estos consejos como un instructivo para sus tomas con luz fría del amanecer -hora azul- o cálida del atardecer -hora dorada.

El trabajo del escritor, pintor o fotógrafo, una vez concluido, deberá ser impreso para su divulgación. La edición de libros y la reproducción de imágenes forman parte de lo que se llama “artes gráficas”, que utilizan la imprenta; el parentesco se remonta a la etimología. En griego graphein significa tanto pintar como escribir, y graphé, el sustantivo derivado, designa escritura y pintura -a la hora de ponerme obsesivo concluyo que graphís puede ser buril de escultor, pincel de pintor o estilo de escritor-. Viejo parentesco definido, antes que Aristóteles y Horacio, por Simónides de Ceos, quien sintetizó: “la pintura es poesía silenciosa y poesía es pintura que habla”.

Como mis habilidades como dibujante son nulas, a la hora de escribir me amparo en mi experiencia de fotógrafo -“hacer” y no “sacar” fotos-; la práctica de estas actividades tiene mucho en común. Ambas demandan estudiar la obra de grandes maestros, y la de sus maestros, poco a poco empezamos a dejar de ver y aprendemos a observar de otra manera la realidad buscando encuadres y composiciones, o puntos de vista. La siguiente aproximación lleva a la importancia de los detalles, acentuarlos o suprimirlos y tener en cuenta el entorno del encuadre, aparecen historias donde había silencios o silencios que insinúan historias, Hemingway llamó a esta forma narrativa “teoría del iceberg”. Sin embargo no siempre fotos y relatos surgen cuando se los busca, hay tomas que requieren paciencia y espera, son las que luego parecerán “instantáneas”, también hay cuentos y novelas que demandan ser archivados a la espera de que maduren, Hemingway llamó a este proceso “dejar que el aljibe se llene”.

En la novela Solo de Agust Strindberg (1849-1912), novelista, pintor, alquimista y fotógrafo, el protagonista, alter ego del autor, llega a su ciudad natal luego de años de ausencia. De él sabemos que es dramaturgo y del encuentro con sus amigos, y las conversaciones que se suceden en el relato, van aflorando conflictos conyugales y pequeñas miserias personales que se evidencian porque el narrador, en virtud de su oficio, tiene un sentido afinado para captar pasiones y debilidades humanas para llevarlas al escenario. Además, vive obsesionado por sus dos actividades que le demandan soledad: leer y escribir; una lo colma hasta sentir una morbosa sensación satisfactoria, que sólo se calma cuando logra canalizar la saciedad en un texto: "Si me paso todo el día escribiendo, al atardecer siento un vacío de perplejidad; me quedo con la impresión de que no tengo nada que decir y estoy agotado. Y cuando estoy todo el día leyendo, me siento tan lleno como si fuera a estallar". En el estudio de su casa, se refugia en sus dos actividades y una tercera, que lo ayuda en su labor creativa: observar a sus vecinos con un par de prismáticos y tratar de escuchar las conversaciones: mantendrá esta ocupación en caminatas diurnas y nocturnas. Un mediodía en la playa, observa con binoculares una canoa que atraca en una solitaria playa distante; una niña desciende con un hacha a cortar un pequeño pino y tiene un encuentro con una vaca, con la cual entabla un diálogo lleno de gesticulaciones. Para el protagonista de Solo las actividades de observador -o fotógrafo- y la de escritor, son formas de narrar, no pueden existir de manera autónoma.

Ya con respecto a la “naturaleza moral” aludida por Flaubert a Maupassant, recuerdo una imagen de un fotógrafo estadounidense conocido por su nom de caméra como Wee Gee quien, antes de devenir retratista de estrellas en Hollywood, se inició como fotógrafo de policiales en Nueva York a finales de los ’30; y se especializó en tomas macabras de asesinados -en una oportunidad declaró: “los muertos son ideales para ser retratados porque no se mueven ni se ponen nerviosos frente a la cámara”-. Una de las fotos más reconocida enfoca los restos de un hombre descuartizado por la mafia, arrojados en una vereda. La toma muestra un cadáver desmembrado y decapitado, un grupo de vecinos separado por un cordón policial, observa la escena, pero la foto se centra en el rostro de los espectadores, el relato de lo macabro está en sus miradas y gestos, no en el muerto despedazado.

En 1935, Lázló Hoholy-Nagy, fotógrafo y pintor húngaro, profesor de arte en la Bauhaus, enunció un dictum que sintetiza lo reflexionado desde Simónides de Ceos hasta su presente -que es nuestro presente-: “los iletrados del futuro ignorarán tanto el uso de la pluma como el de la cámara”. En la actualidad, el uso de las cámaras incorporadas a teléfonos celulares, y la posibilidad de distribuir fotos de inmediato por las redes sociales pone en jaque el oculto valor de la imagen, en este caso de la fotografía, porque omite el proceso de revelado y -graphein- su paso al papel. Hay una generación de jóvenes que tienen una relación íntima con la imagen -no diría lo mismo con la palabra-, pero virtual e independiente del papel; y, la mayoría de las veces, carente de relato, o con horrores de escritura y solecismos del lenguaje inclusivo -mejor, jerigonza inclusiva- que circula en las redes. Gran parte de esas fotos se han de perder en el ciberespacio “como lágrimas en la lluvia”; y harán realidad la profecía de Lázló Hoholy-Nagy: iletrados del futuro, ignorantes en el uso de la pluma y de la cámara.





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