Apareció la luz erecta del amanecer que imprimió una señal cálida sobre mi ombligo, y luego vos, murmuraste que tal como Max Wolf, tenías derecho a ponerle nombre como descubridor de ese cráter lunar y que no tenías interés en perseguir otros asteroides, eras perfectamente capaz de aceptarte como un lobo subyugado en la órbita de ese satélite sin fin.